viernes, 2 de agosto de 2013

Confundiendo a las ovejas

Después de escrutarme, la montañesa aseguró que los de la ciudad no sabíamos diferenciarlas.
“Ustedes no tienen juicio”, me espetó, mientras yo miraba las extremidades traseras en busca de algún detalle, por pequeño que fuera, que me permitiera salir victorioso. Creo que, para entonces, había contado dos veces mil y había llegado de nuevo a doscientas cincuenta y nueve. Estaba en la tarea cuando apareció la anciana para, según sus palabras, ayudarme con el ganado. Pero no tardó en desesperarse ante mi falta de pericia y pronto empezó a lamentarse de mis métodos.
“Es como si todo en usted fuese pequeño, como si nunca hubiera hecho algo verdaderamente importante”. La ignoré y seguí contando. La número dos mil doscientas sesenta fue la Infanta Margarita y la siguiente, Maribárbola. Le di la razón y, sin disimular más mis orígenes, me di por vencido, decidido a la vigilia más absoluta hasta aprender a diferenciar como cualquier montañés de a pie las churras de las meninas.


Antero

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