El padre de Juan el topo luchó por las minorías en
un barco de papel. Solía salir cada viernes a la hora en que el alba se come a
mordisco los lunares cancerígenos de la luna y las estrellas se intoxican con
polvo intergaláctico de alfa centauro. No era un talpidae sistemático y mucho
menos descuidado en las faenas del amor. Guardaba concienzudamente en su
billetera un botiquín con dieciséis condones fluorescentes y un rosario de
plata por si el diablo apareciese con una máscara sin ojos. -Siempre le tuvo pánico
a los niños que jugaban microfútbol sin sus lentes de contacto y a las
calabazas tartamudas que danzaban en la noche con las brujas-.
Así era el padre de Juan, ciego por herencia de sus
padres y hambriento por falta de un buen restaurante italiano. Es que vivir en
las profundidades de la tierra no es tarea fácil, luchar con los desmaninos por
la cuota mensual del curso de natación y correr tras las huellas de las
musaraña por un simple bocado de comida se hace al trascurrir del tiempo una
rutina desgastante y aburrida.
En las mañanas el padre de Juan aprovechaba la
sombra de los árboles para coquetear con las ardillas y jugar al papá y a la
mamá con alguna zorra pelirroja, a ellas les encantaba la particularidad del
pene de padre de Juan, siempre mirando hacia atrás y sin la incómoda bolsa del
escroto que tanto fastidio les producía cuando practicaban el salto del ángel.
Ya en las horas de la tarde, cuando la humareda y el
veneno habían menguado y las lombrices con su esbelto cuerpo practicaban capoeira
con los sapos de la casa, el padre de Juan aprovechaba el tiempo para tomar un
poco los rayos del sol, le fascinaba la idea de caminar bronceado por los
jardines alemanes y dormir desnudo sobre el sombrero de un espantapájaros
modesto.
Así era el padre de Juan antes de morir, lo que haya
hecho después o haya olvidado en su etapa terrenal no hace parte de este
relato.
Padre de Juan 3 de noviembre de 2009 – 3 de
noviembre de 2012.
Te recordamos.
Daniel
Fernando Rodríguez Acevedo
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