Cae sin fuerzas, cae y
allí queda, de espalda, de cara al cielo. La arena comienza a cubrir su cuerpo,
ya no se diferencia su contorno, de lejos semeja un pequeño bulto en el paisaje.
Desde el fondo de sus
sentidos registra algunas sensaciones:
“Siento que las manos
desarrollan raíces que van extendiéndose, buscando agua”.
“Mis piernas fuertemente
ancladas resisten el viento”.
“Mi mente reseca ya no
formula amenos pensamientos, mis cabellos se han desintegrado en minúsculas
partículas cristalinas”.
“Los ojos, mis azules ojos, se transformaran en
coloridas piedras que coleccionará algún
niño y Mis las orejas se transmutaran en sonantes caracolas que repetirán
sinfonías marinas”.
Recuerda risas, trompos
de polleras blancas, guirnaldas de flores. Cantos acompasados, velas flotantes,
todo un torbellino de alegría compartida. Luego evoca haberse encontrado
luchando con las olas, sintiéndose
envuelto, ascendido, hundido, revuelto, arrastrado.
Sueña que lo llaman, Joao, Joao, que sus labios son humedecidos, que
desentierran su cuerpo, que lo sacuden, que lo cargan. Risas y más risas:
— ¡Como te pego la Cachaza !
—Te estamos buscando
desde año nuevo.
—El perro te rastreo.
Quien camine temprano
esa mañana en la playa, vera una procesión de alegres jóvenes que llevan a un
camarada en andas.
Alicia Dorato
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