Le vi las tetas emerger de la
oscuridad de la calle donde nosotros nos escondíamos y ellos singaban
desaforadamente. Los caóticos pezones erectos iban y venían, empujados por las
embestidas de la pelvis de macho que se estrellaba contra sus nalgas. En el
ridículo silencio de los que tiemplan escondidos apenas se escuchaba
chapoletear la pinga en esa vulva empantanada. Bocas casi abiertas, lenguas
secas, ojos perdidos en el aumento del ritmo de los estertores. Justo antes del último espasmo se encendió el
alumbrado y salimos ladrando, ellos no, se quedaron enganchados, y llenos de
garrapatas.
Yuri Alejandro Rodríguez Hernández
Genial, me ha gustado, un final de vuelta e inesperado.
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