-¡Sssst…, calla! ¡Conozco a esa que entra! Su marido
le compra vestidos negros y largos. Hermosos trajes de Carolina Herrera.
Glamurosas sedas de Valentino. Elegantes diseños de la casa Dior. Los lleva
debajo de ese espantoso burka. Él sale con muchas prendas de la tienda de
segunda mano que abrieron justo ahí, en la esquina. Una tienda monísima. No sé
si habéis visto las gangas que hay. Deberíais parecer menos marujas. Pisar
menos esa umbrosa iglesia que el alma no se alimenta con sermones de un marica.
¡Sí, chicas! Hay vestidos de marca por 20 euros. Aunque yo no me decido a
comprar ropa que antes sudó una axila o rozara el chichi de alguna guarra. ¡No
estoy loca! ¡De sólo pensarlo se me encogen las prótesis! Se los prueba dentro
de su vehículo. De noche. En el asiento trasero. Un auto feo con los cristales de
atrás tintados. Poco antes de que cierren el comercio. La vi de casualidad.
Cuando habían elegido y ella asomó su cara de ensaimada pálida por la
ventanilla. Luego, me enteré por Maite, la raquítica vendedora, que es una completa
desdichada. Perdió a su hermano de muy niña. A su hermano le estalló una carga que
llevaba adosada al cuerpo nada más salir de su casa. Creo que el marido tiene
otra esposa y a ella apenas la toca. Yo no me acostaría con un moro ni
borracha. Huelen mal y son unos machistas de mierda. -¡Cariño, te va a oír! -grita
una de las mujeres-. ¡Eso es lo que quiero, para que se vaya! -¡La puta crisis
nos hace hacer cosas inimaginables!- apunta una tercera- ¿Y a cuántas decía el
anuncio que escogían para la película porno? -¡Dios! -¿Qué pasa? -¡El marido de
la mora es quién dirige la prueba!
Bruja
cotilla
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