sábado, 17 de agosto de 2013

Tal vez....




No conseguía centrar la atención.

Tal vez fuese la edad. La inexorable pérdida de facultades que hace que la inseguridad se instale cómodamente en el sillón más mullido de tu cabeza, y se ponga a hacer zapping con tus pensamientos

Tal vez esa leve depresión con la que se había acostumbrado a convivir y de la que, prácticamente, ya era pareja de hecho.

Tal vez, porqué no, era tan sólo que el mundo, que se movía a una velocidad que él no era capaz siquiera de concebir, le había adelantado vertiginosamente por el carril de la derecha.

Tal vez era un problema semántico. No entendía nada de lo que decían sus padres, sus hijos, su mujer, sus compañeros, sus amigos. Y menos, cuando ponía en relación las palabras con los hechos. Aunque, en realidad, lo más preocupante es que tampoco era capaz de entenderse a si mismo ni en el pensamiento, ni en la palabra, ni en la obra ni en la omisión. Era el pasajero de una nave con origen y destino en la estación “Incomprensión”.

Tal vez era ese dúo estático que forman la certidumbre y la incertidumbre. La certidumbre de la muerte y la incertidumbre de la fecha. La certidumbre del agotamiento y la incertidumbre del propio límite de resistencia.

Tal vez tan sólo era fatiga. Fatigado de luchar, fatigado de rendirse, fatigado de perder, fatigado de rehacerse, fatigado de continuar por no encontrar más salidas y fatigado de sentirse tan inmensamente fatigado.

Tal vez era una cuestión de saturación. Saturación de obligaciones, de rutinas, de monsergas, de peroratas vacías, de costumbres absurdas repetidas hasta el infinito, de consejos, de observaciones, de indicaciones, de informaciones casi siempre contradictorias, de reprensiones, de cariños monocordes, de inquinas huecas, hasta saturación de indiferencias. Saturación que había convertido la sustancia de la que estaba hecha su alma en algo parecido a las aguas del Mar Muerto, donde nada alcanzaba a hundirse y quedaba condenado eternamente a vagar siempre en la superficie.

Tal vez era que su existencia se había transformado en una plataforma de atracción de feria, con planos que se mueven en todas direcciones, desafiando al equilibrio, y que, desde hacía ya tiempo, no tuviese forma de fijar un rumbo, a falta de un punto fijo sobre el que calcular la trayectoria.

Y, si por un instante y contra todo pronóstico, conseguía que todo quedase inmóvil, y justo en el momento que trataba de oprimir el Otón rojo que detenía el centrifugado vital, sonaba un teléfono, o una alarma, o alguien gritaba. Y el proceso se reiniciaba.

Por eso, cuando cesó la sacudida y el ascensor se quedó atascado entre el quinto y el sexto, a esas horas de la noche, ni por un momento pasó por su cabeza accionar el pulsador de auxilio. Se sentó en el suelo, se encendió un cigarrillo y estableció un orden de materias de importancia, de mayor a menor, sobre las que reflexionar. Empezó por el sentido de la vida. ¿Demasiado complejo? Por primera vez en mucho tiempo, no había prisa.

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