—Alberto, te lo pido por favor, no hagas el idiota. Hoy
no quiero ninguna bromita de las tuyas sobre mi hermana o mi madre, con lo de
Nochebuena ya tuve suficiente…
—Qué sensibles sois… Tampoco fue para tanto.
Elena no bromeaba. Hacía tiempo que no la veía tan
seria. Desde Nochebuena.
—Suegra, ¡qué bien la veo! —le dije aquella noche al
llegar a su casa—. Usted no coge ni un mal resfriado con el que ilusionarse. Así
no se me morirá nunca.
—¡Pero qué bromista eres Alberto! A ver, ¿y qué
harías sin mí?
—Pues la verdad doña Engracia con Elena pensábamos
tirar abajo el tabique que une el salón con el recibidor, así tendríamos más
espacio. Y con la habitación de servicio…
—¡Alberto por Dios!
Parece ser que la cosa empeoró cuando traté, en voz
alta, de mantener una conversación con mi cuñado.
—Jaime, ¿cómo tienes lo del asilo para doña Engracia?
¿Ya sabes precios?
—¡Alberto!
—Pero si fue él quien me llamó para preguntarme si
estábamos de acuerdo. Me dijo que era idea de tu hermana y que ya tenían un par
de sitios mirados… —mentí aunque haciéndome el ofendido.
Después de aquello, Elena tardó tres días en
hablarme. Creía que así me castigaba.
El ascensor paró en la tercera planta, la de maternidad
de no recuerdo qué hospital. Cruzamos un inmenso pasillo hasta la habitación
número trescientos veinticuatro. Nuestra presencia provocó una orgía de abrazos
y emocionados lloros entre hermanas y la inmortal doña Engracia. Cuando
terminaron, mi suegra casi me asfixia chorreante de sudor, lágrimas y mocos.
Luego tocó achuchar a mi sobrina. Elena fue la
primera (doña Engracia ya llevaba un par de horas traumatizando a la indefensa
menor). Al rato, Elena se me acercó con un bulto en brazos, la mirada titilante
y una peligrosa alteración hormonal (nunca en mi vida había pasado tanto
miedo). Reconozco que al mecer a mi sobrina casi me emociono (los bebés manejan
armas muy peligrosas), pero al final me vine arriba.
—Cariño, te has fijado que tu sobrina tiene patillas
y bigote como tu madre y tu hermana.
Miguel
Quetglas Villatoro
jajaja buenísimo. Cruel, divertido irónico..., las suegras son como un tumor que crece, y que al final le sale hasta pelo.
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