El golpe no le afectó en lo más mínimo
pero le costó trabajo reponerse de la caída. Ayudó a la hechicera a
incorporarse antes de continuar la carrera, pues los orgoths estaban pisándoles
los talones y el templo aún estaba lejos. En plena persecución no fue capaz de dejar
atrás su frustración: apenas unos minutos antes estaba besando esos labios
purpúreos y acariciando la nívea piel de esa exótica mujer y, de repente, se
encontraba huyendo de un montón de monigotes maltrechos.
La vio de reojo, ella le seguía el paso
sin que el semblante se le turbara. Diríase que la hechicera volaba grácilmente,
sin el mayor esfuerzo. Se miraron a los ojos y ella le habló sin mover la boca,
pero él escuchó. –¿Mi madre?–pensó él–, ¿qué tiene que ver mi madre?
Siguieron huyendo, los orgoths todavía
les seguían y parecía que habían crecido en número. De repente tuvo una
sensación extraña en la zona abdominal, no supo identificar qué era pero se le
vino a la mente la imagen de tierra disolviéndose en agua. Con esa sensación,
todo a su alrededor comenzó a cambiar, el suelo se derretía, o se abría, o se
fundía.
Los orgoths ya no estaban. –¿Qué es un
orgoth?–se preguntó–. La hechicera lo miraba, lejana, o mejor dicho,
inalcanzable. Movía sus labios púrpura, pero él no la podía oír. Alrededor de
ella danzaban esos ridículos niños-canario, con sus estúpidos gatos-cornudos.
Súbitamente, le invadió una lucidez que
no desaprovechó. –¿Dónde estoy? –se preguntó mientras fijaba su atención alrededor–,
¡estoy soñando! –gritó–, aunque su voz le pareció extraña, como una lija
raspando una piedra, o al menos eso fue lo que él sintió.
Despertó, por un momento olvidó dónde
estaba. Sintió la dureza en su espalda, trató de acomodarse pero no pudo mover
un solo músculo. Intentó abrir los ojos pero tampoco lo logró, al parecer ya no
estaban donde solían, y podía sentir esas pequeñas larvas en sus cuencas. Poco
a poco fue recordando: el accidente y la gente llorando; cómo lo metieron en
ese cajón barato y cómo lo pusieron bajo tierra, sin más. Dentro suyo podía
sentir los gusanos removiéndose y uno que otro bichito que le hacía cosquillas.
–Todo fue un maldito sueño– se decía, mientras se esforzaba por quedarse dormido
otra vez.
Luzbel
www.trazeros.blogspot.mx
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