Lame, dice.
Una gota de rubí sobre una piel nívea,
como en un poema antiguo.
Un espejo de bronce, de volutas
recargadas, excesivas, donde se refleja su cuerpo. El torso está cubierto por
una camiseta de algodón, su rostro oculto por el pelo. No necesito verlo para
reconocer sus rasgos. De cintura para abajo está completamente desnuda, las
piernas abiertas en un ángulo de 35 grados, tal vez un poco más, y el menstruo
que gotea por la cara interior del muslo.
Lame, dice ella.
Forma parte del acuerdo. He revelado su
secreto y ahora he de beber su sangre.
Alejandro Ruiz Criado
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