Suena el disparo de salida y el corredor lanza su
cuerpo hacia delante con un formidable impulso. Con rápidas zancadas se coloca
a la cabeza del grupo. Respira profundamente y acelera para agrandar la
distancia que le separe del resto. Sólo se escucha la respiración de los que
participan y el crujido de la tierra al
ser pisoteada. En unos minutos se ha alejado del resto y se permite un ritmo
más relajado. Al entrar en una curva, por un brevísimo instante, un deslumbrante
destello le hacer perder la concentración.
El encontronazo con el otro es brutal. Retrocede a
consecuencia del impacto y cae al suelo desorientado. El corredor ha chocado
con alguien grande y fuerte. Aturdido y con los ojos cerrados, aún no reconoce
al sujeto. Su cabeza ha topado con algo duro y por la brecha de su frente mana
la sangre profusamente. Oye un gruñido sofocado y abre los ojos alarmado.
Frente a él un corpulento y peludo hombre, con facciones simiescas, blande una piedra con intenciones nada claras.
En una fracción de segundo, su cuerpo libera una
descarga de adrenalina tan potente, que se incorpora y emprende una alocada
huida. Detrás de él oye resoplar al enorme bruto y su pesada marcha de
predador. Pero él es un deportista acostumbrado a las competiciones y con una
profunda inspiración, huye a máxima velocidad. Por el rabillo del ojo percibe
un fulgurante chispazo.
En la meta es vitoreado con entusiasmo. Ha
pulverizado definitivamente la marca anterior. Antes de desplomarse comprueba
que nadie le persigue.
El examen médico determina que la lesión en la
cabeza se ha producido por el impacto con algo duro y cortante. Más tarde el
atleta encontrará en el interior de su camiseta un diente incisivo con restos
de sangre seca.
Habitante
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