Ahora trataré el tema de los polvorones.
Este compacto alimento estacional, que viene acompañado de emotivos anuncios
televisivos sobre emigrantes nacionales y/o desapegados hijos que regresan en
busca de comilona gratuita en familia, parece inofensivo cuando se encuentra
envuelto a modo de caramelo gigante pero nada es lo que parece y mucho menos en
la boca de una persona sexagenaria con diabetes.
Todos hemos ejecutado un movimiento al más
puro estilo Matrix cuando nuestra
suegra ríe con fervor el absurdo, incoherente e inconexo comentario
supuestamente chisposo del indeseable de tu cuñado, a la vez que tritura sin
compasión un mantecoso polvorón almendrado con más ansia que el monstruo de las
galletas pero con la minuciosidad del doctor House; en ese instante el
tiempo se ralentiza y se convierte en una fulminante ametralladora de
minúsculos trocitos de almendra; por ello, todos los miembros de la familia sin
excepción, torsionan sus espaldas hacia atrás basculando a ambos lados como si
fuesen monitores de pilates a fin de reducir la zona de impacto de los
improvisados proyectiles comestibles. Sin duda, lo más divertido de la reunión.
Cuando desenvuelves un polvorón no piensas
en qué harás con los “paluegos”. Al introducirlo en tu boca notas que se
alicatan tus muelas y sientes cómo se va hormigonando tu paladar, lo que provoca
que con tu lengua realices el arrullo matutino de una tórtola al intentar
persistentemente que no se solidifique. Te rendirás cuando la húmeda deje de
deambular libremente, pierdas el gusto y la masa Pangea originada se haya
adherido a la dentadura como si fuera “superglue”. El momento más
delicado de la intervención es encontrar el momento óptimo para introducir en
tus fauces el dedo índice ligeramente flexionado a modo de gancho del Capitán
Garfio y hacer palanca con tanta fuerza como si te fueran a quitar la
última tele tope de gama del día sin I.V.A del Media Markt, que
no eres tonto pero lo vas a parecer. Fuerzas tu elasticidad ocular en gran
angular, no observas a nadie mirando y ¡listo! ahora tienes los restos en el
dedo.
Roberto Álvarez Izquierdo
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