(A todos los que creen que se quedan solos…)
No sientas lástima. ¿Tanta pena te doy? ¿Tan
vulnerable, tan insignificante te parezco? La ausencia de lo que fuiste en mí
no anula, por fortuna, mi ser. Al menos no absolutamente. Tengo guerra que dar
todavía. ¿No me ves capaz de arreglármelas sin ti? Por lo menos, sobreviviré. E
incluso volveré a vivir. Abrigaste mi vida, pero no me la diste, ni viviste por
mí. Despertaste mi amor, pero no lo originaste. Me hiciste sentir, pero no me enseñaste
los sentimientos. ¿Tan imprescindible te crees? Sé que saldré, aunque a duras
penas, adelante. Poco a poco se impondrá mi fortaleza -o al menos eso espero-
sobre la sombra de tu presencia. Paulatinamente te olvidaré, terminaré por
ganar -aunque salga malparado- esta batalla contra los recuerdos que a cada
segundo me fustigan. Y no brotarán más lágrimas. ¿Que te vas? Eso parece. ¿Que
ya no volverás?... Quedar, quedo desolado, sí, y solitario, e incompleto. Pero
solo… ¡Solo! Cuán rotunda voz. Solo no quedo. Me queda Dios. Me quedan los
míos. Me queda la poesía. Me quedan la verdad y la belleza, que no dependen de
ti, a pesar de su predilección por ti. Y quedo yo. Y me queda el saber que me
quedan las cosas importantes. Sin dejar de serlo tú.
El
soñador
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