Se despertó temprano. Era su cumpleaños,
ochenta y nueve. Empezó a prepararse el desayuno, el de siempre, descafeinado
con galletas, sin azúcar, como había mandado el médico. Terminó de calentar la
leche y sonó el teléfono. Fue deprisa a la sala a contestar.
-
¿Sí?
-
¡Felicidades abuela! - contestó la voz al otro
lado.
-
¿Cómo estás? - la mujer reconoció a su nieta,
lejos, muy lejos - ¿hace mucho frío allí donde vives?
-
No mucho, se aguanta ¿y tú? ¿qué tal estás?
-
Muy mayor, ya son muchos años, ¿y tus hijas?
¿van contentas al colegio?
-
Ellas bien, van creciendo.
Unos gritos agudos se colaron por la
línea, impactando en el tímpano de la vieja.
-
¡Ah! Las oigo, te reclaman - al acabar la frase
los ochenta y nueve le pesaron demasiado y no pudo evitar decir – ya es el
final, yo sé que se acerca, no sé si las volveré a ver - intentó mantener la
voz firme, pero se le quebró con las últimas palabras.
-
Abuela, es el cumpleaños, que te pones triste.
Ya verás como vamos pronto por allí.
-
Cuídalas mucho, cuídate mucho – las lágrimas le
rodaron por las mejillas y se puso a llorar con gemidos entrecortados. Sin
poder continuar su discurso se despidió apresuradamente - adiós, adiós.
Colgó el teléfono y se secó las lágrimas.
Levantó la vista y paseo la mirada por las fotos colocadas en el mueble del
salón: la comunión del niño, la de la niña, unas vacaciones de hace más de
treinta años, su marido ya fallecido, ella de joven, varios críos jugando y
tres retratos de unos licenciados con toga.
Se levantó y se fue a por su desayuno, no
se fuera a enfriar. Respiró hondo para volver a sumergirse en la rutina de cada
día. La rutina carente de emociones que la mantenía viva, que se aseguraba de
que su corazón bombeara la sangre correctamente, sin sobresaltos, esperando el
final. La rutina en la que anhelaba que hubiera más despedidas, muchas más, que
ésta fuera sólo un ensayo, no la definitiva. Deseando seguir viviendo y
descolgando el teléfono de vez en cuando para escuchar una voz fresca al otro
lado. Aspirando a burlar a la vejez, a burlar el último adiós.
Anubis
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