jueves, 13 de febrero de 2014

El andamio

Sólo una vez  he  transgredido  la norma que yo misma me impuse ¿Sólo esa vez?
Cuando Luis se fue no me permití ninguna debilidad. Nada de tristezas. Sólo el rencor tuvo cabida en mi mente. Ocupé todas mis horas con las actividades más variadas. Llegaba a casa  rendida y me dormía de inmediato, sin pensar. Cuidaba mi aspecto con empeño. Si alguien me decía – chica, estás cada día más guapa, te ha sentado bien la separación- yo sonreía encantada y contestaba que sí, que estaba muy bien así. La gente me encuentra mejor, me decía, porque estoy mejor ¡Qué bien se vive sin esperar nada de nadie!, sola.  Y sin embargo hoy…
Salgo de la ducha y voy al dormitorio envuelta en la toalla, la dejo caer  y me observo en el espejo; detrás de mí, la ventana llena de sol. Debería sentirme satisfecha, mi cuerpo aguanta muy bien, la gimnasia ha logrado endurecer, alisar y mantener. Sin embargo estoy triste, mis defensas se derrumban, hago caso omiso al férreo plan –nunca desfallecer- y doy en pensar que es una pena que nadie vea ni disfrute este cuerpo casi perfecto.  -¿Es que lo domas y lo esculpes sólo para ti?- Estoy pillada, no doy con argumentos que rebatan esta maliciosa pregunta. Debe ser la primavera, razono angustiad. Pero algo irrumpe en el espejo, son las piernas de un hombre que no sé de dónde salen. Me vuelvo asustada y  trato de taparme con la toalla. Es una plataforma que baja de los pisos altos. Ahora ya no son unas piernas sino un hombre entero que, detenido frente al cristal de mi ventana  hace algo en la fachada. Voy a bajar la  persiana y…lo pienso mejor. -¿No te quejabas de que nadie podía ver lo rotundo de tus caderas, la delicada línea de la cintura? , pues no seas mojigata, ahí tienes un albañil bajado del cielo, es como una respuesta a tu queja,  tonta serás si lo desaprovechas-  Ha sido suficiente ese instante de vacilación para que el oportuno visitante cese en su actividad manual y se dedique, ojos y boca bien abiertos, a observarme con avaricia. Así que abandono la toalla y pregunto al muchacho que qué mira
–Perdone, contesta el chico confuso.
–Qué pasa, ¿es que no te gusto?
–¡Caray, señorita, está usted buenísima!
–Pues entonces pasa, que entra frío.
El chico vacila, quizás piensa que le tomo el pelo.
–Venga, no pierdas tiempo.
 Y  pasó. Bueno… ¿Quién no se ha saltado la norma alguna vez?


Max

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