Sólo una vez he transgredido la norma que yo misma me impuse ¿Sólo esa vez?
Cuando Luis se fue no me permití ninguna
debilidad. Nada de tristezas. Sólo el rencor tuvo cabida en mi mente. Ocupé
todas mis horas con las actividades más variadas. Llegaba a casa rendida y me dormía de inmediato, sin pensar.
Cuidaba mi aspecto con empeño. Si alguien me decía – chica, estás cada día más
guapa, te ha sentado bien la separación- yo sonreía encantada y contestaba que
sí, que estaba muy bien así. La gente me encuentra mejor, me decía, porque
estoy mejor ¡Qué bien se vive sin esperar nada de nadie!, sola. Y sin embargo hoy…
Salgo de la ducha y voy al dormitorio
envuelta en la toalla, la dejo caer y me
observo en el espejo; detrás de mí, la ventana llena de sol. Debería sentirme
satisfecha, mi cuerpo aguanta muy bien, la gimnasia ha logrado endurecer,
alisar y mantener. Sin embargo estoy triste, mis defensas se derrumban, hago
caso omiso al férreo plan –nunca desfallecer- y doy en pensar que es una pena
que nadie vea ni disfrute este cuerpo casi perfecto. -¿Es que lo domas y lo esculpes sólo para ti?-
Estoy pillada, no doy con argumentos que rebatan esta maliciosa pregunta. Debe
ser la primavera, razono angustiad. Pero algo irrumpe en el espejo, son las
piernas de un hombre que no sé de dónde salen. Me vuelvo asustada y trato de taparme con la toalla. Es una
plataforma que baja de los pisos altos. Ahora ya no son unas piernas sino un
hombre entero que, detenido frente al cristal de mi ventana hace algo en la fachada. Voy a bajar la persiana y…lo pienso mejor. -¿No te quejabas
de que nadie podía ver lo rotundo de tus caderas, la delicada línea de la
cintura? , pues no seas mojigata, ahí tienes un albañil bajado del cielo, es
como una respuesta a tu queja, tonta
serás si lo desaprovechas- Ha sido
suficiente ese instante de vacilación para que el oportuno visitante cese en su
actividad manual y se dedique, ojos y boca bien abiertos, a observarme con avaricia.
Así que abandono la toalla y pregunto al muchacho que qué mira
–Perdone, contesta
el chico confuso.
–Qué pasa,
¿es que no te gusto?
–¡Caray,
señorita, está usted buenísima!
–Pues
entonces pasa, que entra frío.
El chico vacila, quizás piensa que le tomo
el pelo.
–Venga, no pierdas tiempo.
Y pasó. Bueno… ¿Quién no se ha saltado la norma
alguna vez?
Max
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