viernes, 14 de febrero de 2014

La fiesta arterial

Francisco estaba tomando la penúltima copa de vino tinto y aunque el borgoña y su sangre eran viejos conocidos, decidieron ese día hacer una gran fiesta; los glóbulos rojos recibieron alborozados la noticia y comenzaron a cantar. El jefe de todos ellos dirigía la batuta y trataba en vano que las voces afinasen a coro, el más chiquito, bastante inexperto en el arte de empinar el codo, alzaba su voz desafinada a niveles insospechados.
Uno de los glóbulos rojos con una copa de vino en la mano y sin derramar una sola gota, bailaba moviendo sus pies lustrando el piso de la arteria; los más flacos ensayaban alocadas piruetas arrancando el aplauso de la nutrida concurrencia. Mientras esto ocurría, los glóbulos blancos muy preocupados vigilaban atentos el lugar, advirtiendo sobre las terribles consecuencias que podrían suceder.
El sueño jugueteaba en sus pupilas y cansado por el devenir de las copas, Francisco detuvo la ingesta vinícola para dar paso a un humeante café doble que irrumpió altanero en el torrente sanguíneo, dejando perplejos a los glóbulos rojos y por demás satisfechos a los glóbulos blancos.
La negra infusión clausuró la fiesta y como por arte de magia las copas desaparecieron, los pocillos comenzaron a reinar con hirvientes carcajadas y los bailarines enmudecieron sus pasos, al compás de la semi amarga bebida. La mezcla etílica con café llegó a los riñones y de ahí su ruta fue inexorable. Francisco salió del maloliente baño sin saber que salía y llegó a destino, sin saber dónde estaba ni que había sido de él, en los últimos sin cuenta años.


Alberto Chara

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