A la
mañana siguiente el sol diluía el frío y la oscuridad, mientras el viento
embelesado con el juego de las hojas masajeando a los árboles que el otoño
había vuelto reumáticos. El vecino intentaba contentar su desesperación con la
puerta, cuyo ruido despertaba a mi bella durmiente. Desayuno en la cama entre
sonrisas y besos, nos quedó sitio para el café, la dejé en su casa con una mentira
entre los dientes: “Ya te llamo”.
Ya
en mi casa, me paso horas teorizando los recuerdos colgados en mi memoria, dado
que un tsunami de ron me había sacudido. Los minutos pasaron intentado olvidar
lo que ya me sería imposible. Nos volvimos a ver un par de veces hasta que me
di cuenta, poco a poco, palabra a palabra que la i sin ti perdía el punto y que
me había enamorado de tus defectos. Encontrándome inmerso en un mundo donde los
besos eran la única forma de medir el tiempo, cerrando las puertas a las dudas,
los días pasaban con el desenfreno y desasosiego de un niño. A los tres meses
de conocerte, un día maldito y detestable, condenado por las partículas de
realismo o por el destino, te veo con un chico. Era como si fuera la segunda
parte de la película de mi vida. Decido asegurarme de que eres tú llamándote y
tú no me contestas pero miras el móvil, lo que hace que me vaya. Las lágrimas
resbalaban por mi rostro mientras pensaba en todos nuestros besos que quedarán
sin abrir, en todas las risas mudas en un recuerdo que a ti solo te representa
un kleenex. Me levanto borracho de tristeza y golpeado por las caídas de mi
columpio de ilusión que me ha hecho daño con la realidad. Me llamas y actúo
como si no hubiera visto nada, dejándome llevar por el río de mentiras cuyo
cauce me marcará la venganza, cegado pero no de amor sino de ira, sentimientos
vacíos. Quedamos para comer. Sus mentiras la hacen graciosa. Ya sin más
sentimientos que un ápice de indiferencia, me decido en el postre a pedirle que
se case conmigo. De rodillas y con un anillo que brilla como nuestro amor, ella
con sorpresa lo recoge y exclama: “¡Siempre quise tener un diamante!”. Resbalan
lágrimas de alegría, ignorancia y avaricia. Llega el día, cargado de nubes con
sorpresas que pelean con un sol de desengaños. Todo transcurre normal: “Estás
preciosa”. De pronto cuando el cura se decide a hacer la gran pregunta, uno de
mis mejores amigos, modelo como ella, entra. Ella patidifusa, quebrada y
perpleja, no se puede creer que aquel traspié le vaya a arruinar la vida .Todo
se detuvo. Yo le decía que no pasaba nada pero la vergüenza ya circulaba por
sus venas, lo que la hizo más rápida en su huida. Antes de que se fuera le dije
al oído: “Llevo tres meses esperando este momento”.
Bieito Moon
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