La profesora de
Lengua ha capado mi diccionario, arrancando algunas hojas. Ha dicho que el examen
es una adivinanza. He de renunciar a algunas palabras que son necesarias para
resolver el enigma. Porque si no figuran en el diccionario no puedo usarlas. Y
aunque las sepa no puedo nombrarlas ni escribirlas. Sin embargo, de ellas
depende mi aprobado. Ayudadme, por favor, sois mis amigos y debéis hacerlo.
Por ejemplo, no
puedo escribir el nombre de la ciudad donde nací. Soy aragonés, que lo sepáis.
Ni zaragozano ni oscense. ¿De dónde? Es fácil: Zaragoza, Huesca y… De ahí soy
yo.
Rojo, amarillo,
anaranjado, verde, azul y… Un color del arco iris, sí.
En el servicio
de mi casa hay un espejo, un lavabo, un bidé, una bañera, una ducha y una
mampara. ¿Echáis algo de menos? Es básico, como podéis comprender.
Arroz, gambas,
mejillones, chirlas, calamares, pollo, sal, azafrán. Mi paella lleva algo más.
Empieza por “p” y acaba por “o”. De color rojo. ¿Qué es?
En las Navidades
comemos polvorones, mazapán, peladillas y un dulce muy especial, el rey.
¿Sabéis su nombre?
Suponed que hace
frío, mucho frio. Imaginad que escribo desde uno de los Polos. No es el Sur. Más
fácil imposible.
Parece un juego
de niños. Pero no lo es. No me abandonéis ahora.
Ya habréis observado,
como os dije al principio, que mi diccionario ha sido capado. Recordad que en
el examen hay una adivinanza.
Busco sinónimos
que no hallo, para cubrir las ausencias.
Mirad, sobre la
mesa, el folio casi en blanco. Me queda media hora. No puedo seguir. Voy a
suspender aunque conozco la solución.
En las palabras escondidas
os ofrezco la clave. Repasad con cuidado. Me podéis ayudar.
A la
desesperada: ¿del abecedario qué echáis de menos?
Si habéis
desenmarañado la madeja la profesora os escuchará. Yo conozco la solución, pero
no puedo escribirla y no puedo hablar con ella, me lo ha prohibido.
Muchas gracias.
Alejo
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