lunes, 14 de abril de 2014

El cielo ya no es lo que era

Dimito. Esto es ya inviable. Se ha perdido el respeto y hasta las formas. Donde antaño hubo devoción ahora hay solo abuso. Las manos ya no se entrelazan para rogar piedad. Ya no hay arrodillamientos ni súplicas. Todo son exigencias. ¡Ni siquiera tienen fe! No hay ofrendas ni sacrificios. No hay mandamientos que subordinen. Ni el Mar Rojo se abre ni es ya, tan siquiera, Rojo. Sinceramente, se me han quitado las ganas de hacer milagros.
A lo largo de estos últimos siglos me he planteado seriamente diferentes alternativas: envío de plagas apocalípticas, un nuevo Cordero, algún profeta tal vez… pero tras mucha meditación taciturna he llegado a la conclusión de que no valgo para el puesto. Sencillamente, el cielo me queda grande. Ser Dios ya no compensa.
No es fácil encontrar sustituto que esté a la altura, especialmente a estas alturas (todo sea dicho) así que, sintiéndolo mucho, el puesto queda vacante. A pesar de todo, me voy con la cabeza bien alta, orgulloso de haber sido capaz de aguantar aquí arriba tanto tiempo, viendo cómo mis hijos, cada uno de ellos tan perfectos en su original creación, han ido convirtiendo su también perfecto planeta e incluso a sí mismos, en la más absurda existencia, y todo ello sin bajar yo mismo en persona a darles cuatro voces bien dadas. También por aquello de que si me vieran, una de dos, o morían del susto o ni me tomaban en cuenta…
Y es que, como dijo Sazatornil “―¡Esto es un SinDios!”
Imaginando que candidatos no faltarán, he nombrado Responsable de Recursos Humanos a Jesús, que tras un merecido descanso celestial de más de dos mil años, ha vuelto al servicio activo con la frescura que el puesto requiere. Se ha hecho un llamamiento al conjunto angelical, actualmente todos en expediente de regulación de empleo, para que le ayuden en la ardua tarea de reclutamiento de Todopoderosos. No se puede dejar en manos de cualquiera un encargo de semejante envergadura.
Y dicho todo esto, parto con destino desconocido hacia algún paraíso en el que pueda descansar en paz haciendo buen uso de mi merecida pensión vitalicia eterna y, aviso, con el móvil desconectado. Saludos cordiales de un ex – Dios.


Marta Martín Morales

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