Un escalofrío recorre mi espalda. Tu dedo índice
dibujando cada una de mis vértebras. El dorso de mis dedos bordea el contorno
de tus labios. Muerdes suavemente el lóbulo de mi oreja. Las yemas de tus dedos
acarician mi omóplato. Bajo desde tu cuello, por tus brazos, serpenteando con
mis manos todo el camino hasta llegar a las tuyas. Nuestros dedos se
entrelazan. Tus labios se posan en los míos con un beso más ligero que una
pluma. Con la punta de mi dedo trazo líneas uniendo los lunares de tu espalda,
creando constelaciones. Beso repetidas veces la forma que dibujan tus
clavículas. Sigues de rodillas en la cama, frente a mí. Sigo de rodillas en la
cama, frente a ti. Tus piernas asoman desnudas por el gigante jersey gris que
te he prestado. Nos abrazamos tan fuerte que llega incluso a doler.
Colocas con delicadeza tu mano izquierda en la hendidura
de mi pecho, como si mi esternón fuera a romperse. Yo coloco la mía tapando tu
ojo vago, a modo del parche que nunca llegaste a utilizar. Nuestras manos
ocultan nuestros defectos más humanos.
Rodrigo Juez
Moral
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