Cuando enviudó Ruperto por cuarta vez, ya
tenía 60 años; las mujeres lo rechazaban por temor a morir antes de envejecer.
Mi madre tan compasiva se encargó de prepararle el alimento y pronto se adaptó
a nuestra compañía. Le gustaba contar historias mientras comíamos. No me
desagradaban sus relatos, pero nunca le creí; además sólo hablaba de él y
cuando alguien daba alguna noticia él la superaba con otra gran historia.
Siempre le sucedían cosas formidables; hasta tuvo contacto con el mismísimo
demonio cuando acompañó a su compadre Patricio a desenterrar un tesoro en el
Cerro del muerto; su esposa en turno era vidente, su compadre le preguntó sobre el lugar exacto donde el
tesoro estaba enterrado, la señora hizo la descripción y trazaron un mapa, Patricio le preguntó si
tendrían éxito, la señora le contestó: “Soy vidente, veo lo que hay, no el
porvenir; las premoniciones no entran en mi línea de trabajo”. La esposa de
Ruperto empezó a conjurar, mientras la
de Patricio rociaba agua bendita. Los hombres cavaban y repetían el rezo; justo
cuando encontraron el tesoro escucharon un estruendo y el cofre se hundió
profundamente. Las mujeres lloraban, Patricio... también; mientras Ruperto
maldecía. Bajaron del cerro sin alzar la cabeza; sentían las miradas de los
lugareños y escuchaban sus susurros y risas. Subieron a la vieja camioneta y
nunca hablaron del suceso entre ellos.
A Ruperto le sobraba tiempo al igual que
aventuras que narrar. Fue náufrago por algunos días; un tiburón intentó
atacarlo y una ballena le salvó la vida. Hasta su nacimiento fue fantástico,
nació durante el Porfiriato en México y participó en el movimiento revolucionario cuando era casi un niño; fue héroe
desconocido, salvó todo un pueblo pero su modestia no le permitía detallar el
suceso; pero lo más increíble es que su abuelo era chino —Ruperto se apellidaba
García Lorenzana— era un señor corpulento que trabajaba para un carnicero, él
mataba a los cerdos con sus propias manos;
en una ocasión alzó uno, el más grande que pudiera existir y le cayó
encima, así murió el abuelo de Ruperto... ¡aplastado por un cerdo!
Ruperto murió a los ochenta y tres años
de edad; nunca volvió a casarse; yo formé mi propio hogar y mis hijos también
escucharon las mismas historias; pero a diferencia mía, ellos si le creyeron.
En los funerales conocí a los hermanos de Ruperto; escuché que platicaban;
empezaron a preguntarse por los demás parientes, surgieron las novedades y
alguien mencionó a aquel abuelo, él único que murió joven... aplastado por un
cerdo.
Paloma
Riésnerez
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