Antes de que se conociera la escritura,
el hombre utilizó la narración de los hechos y de los sucesos, ya fueran
verdaderos o fabulados, como vehículo de transmisión informativa. El inconveniente
de este sistema era estar sujeto al error y a la deformación que el paso
obligado de unos individuos a otros provocaba, haciéndolo poco fiable.
Los antecedentes del lenguaje escrito son
las inscripciones en monumentos megalíticos y las pinturas rupestres. Si bien,
cada cultura produce sus propios sistemas y modelos de comunicación
mnemotécnicos para comunicarse y recordar las cosas. Como dice el profesor José
Martínez de Souza en su obra “Pequeña Historia del Libro” no hubiera sido
posible alcanzar el grado cultural actual sin la concurrencia de la escritura y
el alfabeto, elementos básicos para configurar un leguaje capaz de transmitir
ideas.
El desarrollo de la escritura fue un
proceso lento, siendo probablemente en el país de Sumer en la Mesopotamia del tercer
milenio, donde dio sus primeros pasos con la escritura cuneiforme. A lo largo
del tiempo la escritura pasó por diferentes estadios, como la pictografía o de
dibujos, la ideográfica que representa las ideas y la fonética. Mención especial tiene la escritura egipcia,
con sus dos ramas muy diferenciadas, la ideográfica de los jeroglíficos cuyos
vocablos no son ni fonéticos ni alfabéticos, y la fonética propia. Pero es con
el alfabeto fenicio cuando se inicia la progresión constante de la escritura,
añadiendo los griegos las vocales. Los romanos realizaron algunas
modificaciones en el latín, origen de nuestro idioma. Hay otros alfabetos
usados por diversas culturas como el cirílico o el árabe, y otros que
desaparecieron como el ulfilano y el gótico.
En cuanto a los tipos de letra, existen
diferentes estilos y grafías que van desde la época antigua con el uso de la
letra capital en el siglo III a.C., hasta el siglo XV con la aparición de la
imprenta, pasando por la arcaica elegante o cuadrada, la uncial y semiuncial,
la cursiva o sentada. En España son las escrituras nacionales como la
visigótica, la carolina, la gótica, la libraria y la cortesana, las
predominantes.
A través del tiempo los materiales escritorios
más usados como soporte fueron la piedra, la madera, el papiro, el pergamino y
el papel. En la Edad
Antigua la arcilla, la piedra y algún metal eran soportes
habituales donde se realizaban inscripciones o signos con cinceles, cañas, buriles
o punzones, según el soporte. La
Epigrafía es la ciencia que estudia la escritura sobre
materiales duros.
En la Edad Media el uso del
papiro se generaliza como ya lo estaba en Egipto, aunque van incorporándose
otros materiales, como la madera en su versión de tabulaes de cera y el
pergamino pasando, con el tiempo, a ser los materiales blandos los más
habituales. Para escribir sobre estos las herramientas usuales eran la pluma,
el cálamo y la tinta negra de resinas y orín con agua. Sobre el siglo X, en
España, y en el XIII en el resto de Europa, el papel se convierte poco a poco
en protagonista de toda la producción literaria de la baja Edad Media y
principios de la
Moderna. Aparece la Paleografía como estudio de la escritura en
materiales blandos.
El padre del libro es el códice,
previamente la técnica librera va superando etapas. Las series de tablillas,
los rollos de papiro, las tabulae atadas, etc. dan paso a los códices, que
hasta el siglo XV se hacen en papiro y pergamino. Estos primero se escribían y
luego se encuadernaban en los monasterios, ya que era el clero el que
monopolizaba la cultura.
En el siglo XIV comienza a generalizarse
el uso del papel en Europa. Con este material como soporte se aplica la técnica
china de la xilografía que consiste en rebajar de un bloque de madera los
fondos del motivo o grafía, luego se entinta la madera y sobre ella se aplica
directamente el papel que recibe la tinta por presión de una prensa plana. Esto
dio lugar a un tipo de libro entre el códice y el futuro libro impreso, que se
caracterizaba por no tener más de unas cincuenta paginas.
La revolución en la producción del libro.
Vino de la mano del alemán Gutenberg, gracias a su invento en el año 1.450 en
Maguncia. La imprenta se extendió rápidamente por toda Europa aunque su
inventor trató de ocultarla. El mérito de ella estuvo en fundir letras en metal
sueltas y colocar por orden los tipos, reproduciendo en pliegos de papel las
grafías por medio de la impresión obligada por la presión a la que eran
sometidos mediante una prensa plana adaptada.
Los primeros libros salidos de la
imprenta entre 1.450 y 1.500, son los conocidos como incunables. No tenían
portada ni letras capitales ya que se dibujaban, en ellos, no se dividía el texto,
estaban foliados pero no paginados, eran de gran formato, no presentaban signo
de puntuación y empleaban numerosas abreviaturas. El soporte de estos era papel de muy mala calidad.
Entre los siglos XVI al XVIII el libro se
perfecciona, continúa la preponderancia del libro religioso, pero también hay
libros laicos, sobre todo los dedicados a la
enseñanza. Se comienzan a editar las obras de autores clásicos como
Homero, Aristóteles, Cicerón, Séneca, apareciendo los primeros diccionarios. Se
introduce la talla dulce como técnica de grabado de las ilustraciones, esta
consiste en ahuecar con un buril una plancha de metal y rellenar los surcos con
tinta para, por presión del papel sobre el metal imprimir el motivo. Durero fue
uno de los más hábiles artistas que usó esta técnica como ilustrador de libros.
La encuadernación de libros comienza en
Italia sobre el siglo XVI siendo las
tapas de madera, algunas veces revestidas en piel o en tejidos adornados
con ornamentos de metal. Con la Revolución Francesa desaparece casi por completo
la encuadernación de lujo, iniciándose la encuadernación mecánica, que dio
lugar a una mayor y más barata difusión de las obras clásicas y modernas
destinadas a un público más amplio.
El libro impreso y encuadernado como
vehículo transmisor de ideas y pensamientos no escapó, desde sus principios, al
control de los poderes eclesiástico y real, en algunos casos muy severos. Al
tener acceso a la cultura mayor número de gentes y salir esta de los monasterios se crearon a lo
largo y ancho de Europa numerosas bibliotecas. La iglesia, fiel guardiana de los
principios cristianos, ejerció con fuerza y firmeza restricciones a la libertad de expresión impresa. Esta censura
encaminada a evitar manifestaciones heréticas e interpretaciones no
oficialistas de los textos, estuvo bien secundada por la otra censura, la
política y social, ejercida por los gobiernos.
Por último, en el siglo XVIII, nace en
Inglaterra el Copyright, organismo para la defensa de los derechos del autor y
del editor, con ello se intenta la protección de la propiedad intelectual del
país. Posteriormente se extendió al resto de países.
El futuro del libro impreso y
encuadernado es una incógnita para los menos optimistas. Ven en las nuevas
tecnologías electrónicas el enemigo que acabará con la tradicional edición
librera. Por ello, animo a todos los lectores que compren libros impresos.
el Andalusí
Magnífico, como siempre.
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