El puto
virus nos sigue dando hostias sin descanso. Parece como si la Naturaleza
hubiese decidido ajustar cuentas con la especie que la amenaza. Sin recurrir a
grandes cataclismos. Por el sencillo procedimiento de seguir al pie de la letra
aquello de “no hay enemigo pequeño”. Y nos sacude con el más ínfimo de los
enemigos,…que nos está dando la del pulpo.
No puedo dejar de pensar en el personal de
urgencias. Me recuerdan a esos 300 espartanos en el paso de las Termópilas.
Contra la avalancha, con los pocos escudos de que disponen en alto, resistiendo
una acometida brutal de una fuerza mil veces superior. Con mascarillas en vez
de cascos, con guantes en lugar de sarisas. Con alguien que, desde alguna
parte, les grita “aguantad”. Y sus pies con esos patucos aislantes resbalan por
los pasillos de los boxes, en un esfuerzo inhumano por detener el empuje.
Y nos toca a nosotros no dejarles solos, y
formar una retaguardia silenciosa, no combatiente pero presente, que, con la
disciplina de seguir las normas, forme un muro en el que ellos puedan apoyarse
para seguir empujando.
Leí una vez que hay una inscripción en el
lugar de la batalla que reza que “Aquí combatieron los Trescientos. No fueron
derrotados. Simplemente murieron”. Pues, contra la opinión de mi admirado José
Mota, no basta con igualarlo. Hay que mejorarlo.
Para que
dentro de unas semanas podamos colgar una placa en cada urgencia en la que sea
que allí combatieron nuestros sanitarios. Y vencieron y sobrevivieron, y nos
regalaron la supervivencia a los demás.
Ojalá lo hagamos.
ResponderEliminar