Llevamos
ya más días de los que querríamos, y muchos menos de los que nos esperan, de
confinamiento por la pandemia, y cada vez nos vamos dando cuenta de lo felices
que éramos antes de ello. El aislamiento, aunque sea en condiciones confortables
y con la mayoría de las comodidades que necesitamos, nos genera un estado de
inquietud comprensible por no poder elegir nosotros el no poder salir de casa,
sino que nos venga impuesto. No importa que entendamos el motivo, y que
compartamos la necesidad del confinamiento, lo que nos genera esa sensación de
opresión es lo que se parece a un cautiverio.
De
repente nos necesitamos mucho más los unos a los otros, si ya no puede ser el
contacto físico, los abrazos, los apretones de manos o los besos (de todo tipo,
casta, pelaje y condición), nos buscamos en chats, multichats, llamadas,
multillamadas, mensajes, instagrams, o cualquier medio que nos conecte.
Enviamos fotos, vídeos, mensajes de ánimo. Y nos preocupamos de los demás;
aparte de nuestros más cercanos, también de aquellos a los que no frecuentamos
tanto, y ahora nos damos cuenta de que deberíamos hacerlo más.
Muchas
desgracias llevan aparejadas oportunidades. Casi ninguna de las generaciones que
ahora poblamos este país vivimos la última gran catástrofe que fue la Guerra
Civil, y la mayoría de los que la vivieron no la recuerdan con nitidez.
Recuerdan la carestía, las mañas para sobrevivir en la posguerra, la ausencia
de casi todo, y la ilusión por salir de ahí. Son nuestro mejor ejemplo para
este momento, la cultura del esfuerzo, la sobriedad y la tenacidad. Y lo
estamos viendo reflejado en todas las personas dedicadas ahora mismo a
garantizar que nuestra vida sigue, confinada pero confortable, y si caemos, que
nos ayudarán en los centros sanitarios.
Luchemos,
y aprovechemos la oportunidad desde ahora mismo. Puede hacerse de muchas
maneras. Ya hablaremos de ello.
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