— ¿Tiene el
acusado algo que decir?
— Sí, señor juez,
como usted comprenderá tuve que matarla.
— ¿Reconoce
entonces que la mató?
— Sí, señor juez,
el abrigo costó trece mil doscientos euros. La tarde anterior mi mujer había
gastado otros cinco mil en un reloj para
ella y una pulsera para su madre. En dos días dejó la cuenta bajo mínimos.
— ¿No se
arrepiente entonces?
— ¿Usted que
habría hecho? Sólo me arrepiento, señor juez, de no haberla matado dos días
antes. ¡Qué digo dos días!, debería haberla matado hace veinte años, cuando me
casé con ella.
— Como puede
comprender, no tengo más remedio que considerarle culpable. Aunque le aplicaré el
atenuante de haber pasado dos tardes seguidas en los grandes almacenes. Consideraré
además que su esposa era una derrochadora consumada, como usted ha podido
demostrar. Le condeno a doce años de cárcel. Se levanta la sesión.
Garzón
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