La culpa fue de
San Antonio. Cuando sonó el timbre y abrí la puerta allí estaba. Con la aureola
pegada a su calva coronilla y el niño
Jesús en el regazo con la bola del mundo en la mano. Traía un paquete para mí.
Qué sorpresa. Nunca había recibido ningún paquete a mi nombre, menos sin contra
rembolso. Solo tenía que firmar la entrega y listo. Era el regalo de mi
cumpleaños. ¿Pero si es para la semana que viene? -No insista señorita, es un encargo especial-, me contestó el
sonriente santo.
Cuando lo abrí, era mi media naranja. Sí, ésa
que esperas toda la vida y cuando estás cansada de buscarla te das cuenta de
que es una invención de la telebasura. Pues ésa traía el santo. En un sobre
aparte venían las indicaciones: “Regarlo y mimarlo todos los días. En un mes
estará listo para ser utilizado. Suerte”. P.D: no se admiten devoluciones por
mal uso del objeto, salvo defecto de fabricación. Pues
pronto me puse a la tarea de encontrarle el mejor sitio de la casa. En el
salón, al lado de la cristalera, mirando al infinito, para que hiciese bien la
fotosíntesis, no sea que me saliese albino.
Lo regué con mucho amor durante una buena temporada, pero la media naranja no daba sus frutos. Llegaba a
casa cansada después de trabajar y charlaba con él mientras fregaba los platos.
De cómo me había ido el día, de la subida del IVA, del gas, de la luz... Vamos
un poco de conversación. Pero nada, ni se inmutaba. Aquello no iba bien. Leí
otra vez las instrucciones, por si me había olvidado alguna conexión, pero
estaba todo perfecto. El abono, el riego, el cambio de tierra. En fin, algo
fallaba. ¿A ver si iba ser un defecto de fabricación?
Han pasado
veinte años, y estoy como al principio. Nunca logré utilizarlo. ¿A quién le
reclamo ahora? Ni siquiera logré devolverlo. El paquete no traía remitente.
Maldito San Antonio. Si me dejara buscar a mí.
Cuquita
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