Soy
un hombre fiel; siempre lo he sido. Vivo con mi mujer y mis dos hijas gemelas
en una casa modesta de la ciudad que pago mes a mes con el sueldo que gano en
la oficina. Cuando salgo del trabajo, antes de regresar a casa, me gusta pasar
por el zoo. Mi especie favorita son los copulápteros, unos primates de la
familia de los monoides que se caracterizan por andar siempre con una sonrisa
del tamaño de un puño humano. Es una fortuna
que nuestro zoo tenga estos ejemplares, porque se trata de unos animales
muy difíciles de encontrar en el mundo y que, a pesar de su singularidad, no le
interesan a nadie.
Los
copulápteros son unos monos muy pequeños de pelo corto marrón y carnes
delgadas, de ahí que les resalte tanto la sonrisa roja de boca abierta tan
grande. Contrastándola, así como tienen una capacidad de griterío sorprendente,
sus orejas son apenas unos agujeritos muy pequeños. Entre ellos, la mirada
grande, curva, luminosa y vibrante les hace conjunto con la sonrisa. Tres
curiosidades resaltan en ellos: el enorme tamaño de sus zarpas y colas y, en
los varones, el de su miembro viril.
A
pesar de que normalmente la gente no aguanta mucho, y a sabiendas de que luego
mi mujer se enfadará por haber vuelto tan tarde, soy capaz de pasarme horas
frente a la jaula de los copulápteros escuchando sus ruidos y contemplando sus
jaleos. Su complexión ligera les proporciona la flexibilidad y agilidad
necesarias para pasarse todo el día saltando de un lado a otro y haciendo
resonar la jaula. Eso, combinado con su enorme bocaza, suele ahuyentar a los
visitantes del zoo, y por ello la mayoría de zoos los rechazan. Sin embargo,
hay otra cuestión que aleja a las familias de interesarse por estos animales:
se pasan el día copulando. No en parejas establecidas, sino a lo loco, en dúo o
en grupo, con sexos diferentes o con los mismos. Copulan insaciablemente y con
energía nunca menguante; de hecho, la mayoría de los saltos que efectúan por la
jaula suceden con intenciones penetrantes, pues los copulápteros atacan a
menudo de improviso e inician sus relaciones en condiciones que podrían ser
consideradas de violación. Generalmente esto no afecta en negativo al humor de
la copuláptera o copuláptero penetrado en cuestión, aunque a veces el
descontrol del copuláptero sobre su cola o sus garras, en efectuar el salto,
termina por dañar a la pareja, con lo que no es extraño encontrar peleas
violentísimas entre ellos que apenas los cuidadores son capaces de apaciguar,
mientras otros a su lado copulan y miran y ríen. Incluso cuando pelean parecen
divertirse enormemente.
Esta
curiosa combinación de violencia y sexo descontrolado, juntamente con su
inseparable estruendo y esa sonrisa suya que parece burlarse de cuantos miran,
es lo que genera el gran rechazo de la sociedad sobre los copulápteros. Yo, sin
embargo, cada vez que vengo a verlos no puedo evitar quedarme fascinado, y así
paso las tardes mirándolos silencioso a través de su jaula. Hasta que
finalmente, y como siempre, llega el guarda y me recuerda que el zoo ha de
cerrar; y entonces me recojo y vuelvo a casa con mi mujer y mis hijas, y, por
alguna razón que aún no he logrado identificar, me siento melancólico.
Raül
Martínez
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