Y llovía. Lluvia. Pequeñas gotas de agua golpeando mi
cristal. Y yo seguía allí sentado, esperando. Esperando pero sin saber bien a
qué. Las gotas de agua seguían rebotando contra el cristal, pero yo parecía
ajeno a todo ello. No tenían ningún tipo de importancia para mí.
Aquella fría sala rebosaba sentimientos. Lámparas
tristes. Sofás apenados. La moqueta parecía ser la única feliz exceptuando la
cama. La cama, ¿qué decir de la cama? La cama me miraba. Yo la miraba a ella.
No hacía falta que hablásemos, pero nos entendíamos a la perfección. Fuego.
Pieles ardientes en caricias, roces, sexo. Con sólo mirarla podía ver mujeres
que ya se habían ido. Otras que no habían llegado aún. Podría decirse que la
habitación conseguía mantenerse viva con los recuerdos de las cosas que habían
pasado allí. Pero todos estábamos cansados. Yo el que más.
Es por eso que abrí el cajón de la cómoda. Estaba justo a
mi derecha. A la derecha de esa butaca bipolar en la que estaba sentado. Pude
oír un chirrido al abrirlo; sus quejas no me impidieron coger la pistola y
hacerlo. Yo era el causante de aquel sufrimiento en la estancia. Quería acabar.
Tras el ensordecedor ruido del disparo sólo pudieron
escucharse otra vez las gotas de lluvia resbalando en la ventana. Mi sangre
siendo absorbida por la moqueta.
Y llovía.
Rodrigo Juez
Moral
Me encantó!! presiento dolor de corazón.
ResponderEliminarSaludos.
Yolanda.