martes, 4 de junio de 2013

Baguettes con york


Corría. Sentía la pesadez de sus piernas, y las heridas de sus pequeños pies descalzos al pisar el duro asfalto, pero corría. En su rauda carrera pudo distinguir, tirado en el suelo junto a un contenedor de la calle de las Magnolias, un raído gorro de lana. Se prometió regresar más tarde a buscarlo como recompensa.
Rápidamente giró la cabeza para comprobar que el vendedor de la panadería seguía persiguiéndolo. Dobló la esquina y se introdujo en un oscuro callejón para intentar despistarlo. En estos tiempos que corren ya ni se perdona una escueta barra de pan. Bueno ni el jamón york ni el zumo de naranja, admitió alegremente con una sonrisa. Pensar en comida le revolvió el estómago; le rugieron las tripas dolorosamente y su sonrisa desapareció.
Pudo comprobar que el panadero había dejado de seguirle y frenó en seco. Flexionó sus rodillas y respiró hondo un par de veces, tratando de recuperar el aliento. Echó entonces un vistazo al desolador escenario que se desarrollaba a su alrededor.
Aquella mañana el sol se erguía, alto en el cielo, iluminando el sombrío callejón en el que se había ocultado. Pudo vislumbrar, escondida detrás de un contenedor, a una afable anciana, que afectuosamente compartía un trozo de pollo con un chucho callejero. Algo más adelante, otro mendigo compartía sus ganancias del día anterior con niños algo más pequeños que él. Sus caras sucias y sus pelos enmarañados no impidieron que el mendigo los abrazara con una humilde sonrisa y un brillo desolado en los ojos. En sus manos un ajado cartel, “Tengo tres hijos enfermos y vivimos en la calle. Ayúdenme, por favor”.
Perros y gatos durmiendo en la basura, mendigos que en otros tiempos fueron señores de grandes hoteles de lujo junto a sus desgraciadas esposas y niños viviendo en esa precaria situación; así se resuelve el mundo.
Apretó con fuerza la bolsa en la que conservaba la baguette con el york y los zumos y luchó con la tentación de compartirlo con toda esa gente. Con gran dificultad siguió su camino. Tras unos minutos, llegó a otro callejón y se dirigió apresuradamente hacia unos cartones esparcidos por el suelo, sobre los que reposaba una joven mujer embarazada.
- He traído la comida, mamá
Ella lo miró con tristeza, abrió la bolsa y sonrió al ver las baguettes y el york. Él se sentó a su lado y juntos compartieron la deliciosa comida.
Después, él se levantó y se marchó, caminando, a buscar el gorro en la calle de las Magnolias.

Ruzicka

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