Corría.
Sentía la pesadez de sus piernas, y las heridas de sus pequeños pies descalzos
al pisar el duro asfalto, pero corría. En su rauda carrera pudo distinguir,
tirado en el suelo junto a un contenedor de la calle de las Magnolias, un raído
gorro de lana. Se prometió regresar más tarde a buscarlo como recompensa.
Rápidamente
giró la cabeza para comprobar que el vendedor de la panadería seguía
persiguiéndolo. Dobló la esquina y se introdujo en un oscuro callejón para intentar
despistarlo. En estos tiempos que corren ya ni se perdona una escueta barra de
pan. Bueno ni el jamón york ni el zumo de naranja, admitió alegremente con una
sonrisa. Pensar en comida le revolvió el estómago; le rugieron las tripas
dolorosamente y su sonrisa desapareció.
Pudo
comprobar que el panadero había dejado de seguirle y frenó en seco. Flexionó
sus rodillas y respiró hondo un par de veces, tratando de recuperar el aliento.
Echó entonces un vistazo al desolador escenario que se desarrollaba a su
alrededor.
Aquella
mañana el sol se erguía, alto en el cielo, iluminando el sombrío callejón en el
que se había ocultado. Pudo vislumbrar, escondida detrás de un contenedor, a
una afable anciana, que afectuosamente compartía un trozo de pollo con un
chucho callejero. Algo más adelante, otro mendigo compartía sus ganancias del
día anterior con niños algo más pequeños que él. Sus caras sucias y sus pelos
enmarañados no impidieron que el mendigo los abrazara con una humilde sonrisa y
un brillo desolado en los ojos. En sus manos un ajado cartel, “Tengo tres hijos
enfermos y vivimos en la calle. Ayúdenme, por favor”.
Perros
y gatos durmiendo en la basura, mendigos que en otros tiempos fueron señores de
grandes hoteles de lujo junto a sus desgraciadas esposas y niños viviendo en
esa precaria situación; así se resuelve el mundo.
Apretó
con fuerza la bolsa en la que conservaba la baguette con el york y los zumos y
luchó con la tentación de compartirlo con toda esa gente. Con gran dificultad
siguió su camino. Tras unos minutos, llegó a otro callejón y se dirigió
apresuradamente hacia unos cartones esparcidos por el suelo, sobre los que
reposaba una joven mujer embarazada.
-
He traído la comida, mamá
Ella
lo miró con tristeza, abrió la bolsa y sonrió al ver las baguettes y el york.
Él se sentó a su lado y juntos compartieron la deliciosa comida.
Después,
él se levantó y se marchó, caminando, a buscar el gorro en la calle de las
Magnolias.
Ruzicka
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