Jaso, era un caballo alazán, café claro, que
sobresalía en el establo no sólo por su hermosa y elegante presencia sino por
su rara y extraña forma de relinchar, que más parecía un canto permanente de la
naturaleza humana. Es más, era tanto el parecido de su relinchar con la voz de
su amo, que cuando don Leonel (así se llamaba el dueño) se acercaba a tomarse
un guaro, después de una larga jornada en el campo, era en realidad Jaso, el
caballo, quien le hacía el primer pedido y luego se retiraba a su lugar, allí
en donde don Leonel, lo dejaba pastando.
Una y otra vez, Jaso reemplazaba a su amo en sus
funciones de dirigirse a sus amigos, vecinos o compañeros de la finca, pero eso
sí, siempre al lado de él, pues seguramente nadie aprobaría que un caballo
hablara.
Pero, se llegó el día en que las personas se dieron
cuenta de este fenómeno y la explicación que se dieron es que todos se estaban
volviendo locos por causa del agua de la reserva a la cual, le había caído una
rara sustancia de color blanco amarillento; poco a poco, todos empezaron a
alucinar (eso pensaban) y de ahí, que escucharan al caballo hablar y no
relinchar. Alguien agregó que necesitaban conseguir la yerba Maldivia, única
fuente de cordura –pensaban- a la que se podría recurrir.
Sin embargo, -¿dónde hallarla? – preguntó otro
vecino, y además tendría que ser rápido, pues pronto no sólo escucharían a Jaso hablando sino a los otros caballos y a sus dueños
¡relinchando! Y qué tal si no solo fuera eso, sino que los mismos sembrados
empezaran a caminar y los pájaros en lugar de cantar y llevar polen, ahora, se
pusieran a leer y a escribir.
Entonces, examinaron la sustancia extraña del agua y
concluyeron que era sencillamente harina para arepas, que nadie se estaba
volviendo loco y que en la práctica, Jaso era el único caballo que hablaba y
eso lo haría hasta que él muriera. FIN
Soñadora
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