Quince días. Tenía quince escasos días para
olvidarte a partir de aquél. Volvería a estar cerca y la locura podría
establecerse eterna si seguía pensándote así, o lo que es peor, podrías decidir
girar tu cuadrada cabeza hacia mí y querer en algún momento establecer contacto
visual. No, me negaba a eso, no lo merecía. Tenía quince días. Después de la
decisión drástica de dejar de sonreír, todo se había vuelto más plano, más
fácil, mejor. Ya no te colabas en cada pensamiento, pero la victoria aún no era
mía. Debía conseguirlo en tan sólo un par de semanas. De algún libro saqué que
bastaban 21 días para imponer un nuevo hábito, para retirar de esta manera el
antiguo. De ahí el dicho: un clavo saca a otro clavo... bastaban 21 días
pensando en otra cosa, para dejar de pensar en ti. Pero no, yo sólo tenía
quince, quince míseros días. Pensé en enamorarme loca y perdidamente de
cualquiera, tener un sexo extremo y no volver a mirar atrás, pero eso... se
tornaba difícil en este huracán de maletas, ecuaciones y versos... o quizá más
bien es que no estaba dispuesta a ello, no quería. Supongo que era hora de que
muriesen por mí. Pensé en el chico de la Plaza de Maggio, ¿por qué no? Quince
días, lo justo para huir. Pero era una postura egoísta, se volvería loco, yo lo
sabía, y la dosis de locura era tan extrema en ese preciso instante, durante
esa maravillosa tempestad... que preferí detener el mar en calma y buscar una
nueva solución...
Hoy, un año después quisiera saber si algún
día la encontraré.
Patricia Moreno Luna
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