La luna implacable y entera frustraba a la noche,
bañando con luz plateada la vasta extensión de tierra que rodeaba su hogar. Sabía
que se estaba exponiendo peligrosamente allí afuera, pues era demasiado tarde,
y que lo mejor sería regresar a casa cuanto antes, sin embargo, no se movió de
donde estaba. De pie, contemplaba ante él como su obra se deshacía como un
azucarillo. La lluvia y el sudor se confundían en su piel pero eso no parecía importarle. Sus ojos estaban
clavados en el suelo, observando impotentes como el agua, que caía sin cesar
desde hace pocos minutos, convertía la arena en barro. Euno estaba furioso,
había invertido demasiadas horas y esfuerzo en algo que, inocentemente, pensó
que duraría para siempre. Alguien rompió el silencio de la noche gritando su
nombre. El familiar sonido no lo sorprendió, desde que empezó a llover sabía
que vendrían a por él. De hecho, era consciente de que, permaneciendo a la
intemperie y bajo la lluvia a esas horas de la noche, se estaba buscando serios
problemas. Hizo caso omiso y hundió sus manos en el barro, degustando esa
sensación. Volvió a escuchar como alguien vociferaba su nombre, esta vez
procedía desde más cerca. Se giró y pudo ver como de entre las sombras surgía
una silueta que casi lo doblaba en altura. Cuando estuvo lo suficientemente
cerca pudo apreciar como la furia se dibujaba en sus ojos centelleantes.
-¡Ven conmigo ahora mismo!- Exigió con voz aguda la
figura entre tinieblas.
-¡Ni hablar!- chilló Euno.
Dificultado por la lluvia comenzó a correr en dirección
opuesta, internándose en la oscuridad. Sabía que no tenía escapatoria, tarde o
temprano tendría que responder de sus actos, pero vendería caro su pellejo. Desesperado,
intentó correr a mayor velocidad pero su perseguidor era más veloz. Se dirigió
entonces hacia los árboles, naranjos y limoneros, que rodeaban la casa.
Frondosos, sus ramas jugarían en su favor entorpeciendo el paso a quién lo perseguía.
A sus espaldas escuchó otro grito lejano: “¡¿No quieres venir Euno?, muy bien,
ahí te quedas!”.
Una sonrisa de suficiencia apareció en la cara de
Euno, convencido de que era un farol. No se amedrentó y continuó avanzando
hacia las sombras. Cada vez estaba más lejos de su hogar y eso lo asustaba. Las
ramas bañadas por la luna dibujaban caprichosas formas que hacían que su
imaginación le jugase malas pasadas. Veía monstruos por doquier, espantosas
criaturas que brotaban de su mente. Conforme se alejaba de casa, los huertos se
tornaban más tétricos. Cuando llevaba un
buen trecho recorrido se detuvo y afinó sus oídos. No escuchó nada. Se
encontraba solo, en mitad de la noche y lejos de casa. Estaba aterrado. Escuchó
el crujir de ramas a su espalda.
-¿Mama, eres tú? -preguntó entre susurros con
temblorosa voz- ¡Mamá! –gritó esta vez- ¡Mamá vuelve, tengo miedo! -balbuceó,
mientras su rostro quedaba cubierto por lágrimas.
Pablo
Martínez Serrano
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