- ¡Ay cuánto te
quiero! - manifestaba un día tras otro.
Ella hacía caso omiso de sus proclamas sentimentales. Sencillamente lo ignoraba. ̶ ¡Mi niña, me
tienes loquito! Siempre la misma cantinela. Ella iba a su rollo, sólo le importaba
cubrir sus necesidades básicas: comer, beber y tomar el sol. Cualquiera ajeno a
esa relación creería que no sentía nada por él.
Así, un buen día
de septiembre, aquel amor tan dispar se esfumó. Llevaba tramándolo de un tiempo
para acá. Incluso había hablado de ello abiertamente con algún íntimo que le
había jurado confidencialidad. No estaba seguro al cien por cien. De lo que si
estaba seguro es de no poder aguantar más esa tesitura. Su paciencia se había
agotado. Esperó a la noche. Menos
miradas, más tranquilidad. Cautelosamente, se dirigió a la cochera, cogió un
machete y… ¡Zas! Ella murió. Unos meses después estaba siendo enrollada, lista
para encenderse, ser inhalada y liberar
aquella concentración de dopamina que lo mantenía contento. María ya no ocupaba
su corazón, sí sus negros pulmones y su cerebro…
Oiseaux
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