jueves, 27 de junio de 2013

Mi Chiquita


Me gusta mi Chiquita. Le digo así porque es pequeña. Siempre anda entaconada y se le mira muy bonita la forma de las piernas. A veces le tiembla el tobillo cuando pisa mal y se nota donde tensa el músculo del chamorro, sobre todo cuando trae falda, que es casi siempre.
Recuerdo la primera vez que le di un beso. Es una canija, mi Chiquita, porque aunque bien que le gustó quitaba la boca y trataba de empujarme. Todavía hace eso, lo de empujar, pero yo digo que es para tocarme el pecho. Más ganas me dan de seguir haciendo ejercicio. Me gusta el escalofrío que le da cuando me tienta el brazo duro al tomarla por detrás.
El otro día en el banco la agarré descuidada. Fue bastante divertido, porque si hay gente se pone muy nerviosa. Estábamos haciendo fila. Ella se golpeteaba el codo con los dedos. Ya saben, la pose de brazos cruzados y toda inquieta moviendo el pié. Yo acariciaba su cabello, ese que le sale ralo por detrás del cuello. Me recargué contra la pared reduciendo mi altura. No se dio cuenta cuando giré para, en lugar de tocar su trasero con mi cadera, colocarle el miembro entre las nalguitas y con dos pulsaciones hacerle saber que me tenía bien dispuesto. ¡La cara que puso! Giró para mirarme con esos ojos de furia, apretando los labios para detenerse el grito. Yo exhalé despacio, suavecito, dirigiéndole un chorro de aire de la barbilla al escote hasta que el viento le tocó el ombligo. Hacía calor. Tenía cubierto el pecho con ese sudor que se nota solo cuando le pasas el dedo. Levanté la ceja para que notara cómo le veía el pezón, elevándose a través de la blusa.
Estúpido, murmuró mientras se tapaba el cuerpo con su bolso. Esa tarde cogimos.

Fernando Mol

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