Había pasado mucho tiempo desde la última
vez que disfrutó de un concierto, así que cuando se presentó la inesperada
ocasión, decidió aprovecharla.
El ritual de inicio implicaba beber antes
de escuchar la música, luego desbocar el cuerpo al compás de las notas y más
tarde, cambiar impresiones sobre las horas vividas recordando aquellas
melodías, que en lugares y años más impulsivos, nos hicieron vibrar.
Según entraba en el recinto sonó el móvil.
-¿Dónde estás?
- En el estadio, acaban de picarme la
entrada.
-Ah! -la voz del otro lado del teléfono
pareció tranquilizarse- bueno pásalo bien.
-Gracias cariño, ya te contaré mañana
Todo fue perfecto. Se dejó envolver por el
ambiente y la compañía de sus amigos. Cuando el grupo interpretó su último bis,
una sensación de bienestar le inundaba los sentidos.
En la última copa, el móvil volvió a sonar
y los que la rodeaban empezaron a gastarle bromas “Pues sí que estás controlada
chica”.
- Soy yo, ¿estás bien?
- Pues claro que estoy bien,
- ¿Cuándo vas a volver?
- Pronto, respondió secamente y colgó.
Empezaba a sentirse agobiada ante tanta llamada, instintivamente miró el reloj,
eran las cinco de la madrugada.
Al cabo de una hora llegó a su casa. Abrió
sigilosamente la puerta de entrada y de puntillas, se encaminó a la habitación
que transmitía el sonido acompasado de la respiración de su marido. En el
recorrido se dio cuenta de que la luz del salón estaba encendida, se acercó y
allí estaba él, enfurruñado, con los ojos enrojecidos por la vigilia.
-Ya está bien, dijiste que llegarías sobre
las tres. Soltó a borbotones.
Trató de calmarlo con un fuerte abrazo y
un sonoro beso en la mejilla. Finalmente se fue a la cama y ella recordó la
canción entonada por el grupo esa misma noche “Mis hijos me espían”.
Sonrió y
se dijo en silencio: “He traído a este mundo un adolescente
responsable”.
Calzas Verdes
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