Era un sibarita, un gourmet, un hombre que
sabía disfrutar de lo bueno, y todo ello sin importarle el color ni la
procedencia de su dinero que él enjabonaba, lavaba y planchaba en la lavadora
de su conciencia. Cuando la palabra “crisis” llegó a su vida, ni se inmutó. Su
mujer podría seguir luciendo sus joyas y abrigos de pieles y los niños
seguirían acudiendo colegio más caro de
la ciudad.
Por eso, cuando se vio en el juzgado, no
le sirvió de nada su apelación: se descubrió el lavadero y el sibarita dio con
sus huesos en la cárcel, su mujer vistió de rebajas y los hijos tuvieron que ir
a un colegio público.
Durante muchos años, siguió purgando sus
delitos en la lavandería de la cárcel.
De Acuario
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