viernes, 23 de agosto de 2013

Metamorfosis

El instinto de cazador me guía justo al escondrijo de la bestia. Al verse sin salida, ruega con su voz humana: “No, déjame vivir”, y de sus ojos corren lágrimas. Pero en mi mente, las imágenes: niños muertos, eviscerados por su lujuria, podridos dentro de contenedores de basura, y los que sobrevivieron. Como yo. Condenados a sufrir la maldición de buscar carne inocente hasta encontrar al que nos transformó... Apunto la ballesta al “corazón” del monstruo. “No fui yo”, me insiste. Sus ojos ocultos bajo los flecos de piel vieja  son los mismos de aquella noche, hace quince años, cuando mediante tretas me atrajo a sus dominios. Durante tres días, en el bosque, hizo de mí una copia de su maldad. “Compañero”, me dice al reconocer en mis pupilas la bestia silente. Le propino una bofetada. No soy como él. Por años he resistido la llamada de sangre y sexo. Y hoy seré libre con su muerte. Esposa, trabajo, amigos, hijos a quienes cuidar y no… Una vida normal. Disparo la flecha. La saeta destruye a la bestia original; el monstruo en mi interior, intacto. Lo oigo rugir con fuerza, quiere salir… Desea ocupar el lugar de la bestia fallecida… ¡La transformación total!
—Hay revistas y videos de pornografía infantil en los armarios y en el garaje; en la refrigeradora, muestras de pelo y fluidos, seguramente humanos; fotos de algunas víctimas… ¡Pobres padres!... John, este tiene que ser la Bestia de Santa Helena.
—¿Y el tipo de la ballesta?— observa el aludido.
—Alguien que se nos adelantó— concluye el policía inclinado sobre uno de los cuerpos y cubre con la sábana los ojos engrandecidos de terror.


Kyda

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La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.