viernes, 15 de noviembre de 2013

Delirium tremens

Cuando sonó el despertador lo apagó de un manotazo y siguió en la cama durante unos minutos sopesando si debía o no levantarse tan temprano.
 Al fin, un tanto desganado, optó por lo primero y se dirigió pesadamente al cuarto de baño. Se duchó con agua fría para salir definitivamente del sopor en que lo había sumido la calurosa noche de verano, se afeitó y se observó detenidamente en el espejo como intentando reconocerse en aquella imagen que el azogue le devolvía. Cuando estuvo conforme con su aspecto se vistió con una camisa de mangas cortas de color azul y un pantalón gris de estilo deportivo y tuvo que meterse debajo de la cama para alcanzar sus zapatos.
Intentó preparase un café pero, después de buscar infructuosamente en la cocina, decidió desayunar en el bar de la esquina.
Las sorpresas desagradables continuaron cuando encontró el ascensor averiado y tuvo que bajar por la escalera desde el noveno piso donde vivía, pero como no hay dos sin tres, el bar de la esquina estaba cerrado a cal y canto y, por más que miró y remiró a través de las rendijas que dejaban las cortinas, no vio a nadie dentro que pudiera abrirle.
Quiso coger el coche para llegar a la oficina pero se había dejado las llaves en casa y prefirió ir a pie antes que volver a subir y bajar los nueve pisos.
Por el camino iba pensando en lo erróneo de su decisión de levantarse, debía haberse quedado en la cama durante toda la mañana y así reponer las fuerzas gastadas en la juerga de la noche anterior. Había sido formidable, no había parado de beber y de bailar en aquella discoteca, de cuyo nombre no se acordaba, con aquella preciosa chica que aparecía borrosa en sus recuerdos, sí, seguramente había sido la madre de todas las juergas.
Se sobresaltó cuando alguien le tocó en el hombro y le dijo:
- ¡Oiga!, ¿quiere hacer el favor de volver a la cama y no levantarse más? Ya van cuatro veces que le he tenido que conectar el gotero y, por si era poco, me ha roto el frasco de suero. ¡Hay que ver la guerra que dan los que llegan a urgencias con delirium tremens!


José Felipe Cardenete Romero

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