miércoles, 13 de noviembre de 2013

Lugar prohibido

Rita atravesó la entrada y subió por las gradas hasta la cabina. Se abandonó en la primera silla, tratando de adivinar las voces y la lejana música; pero sólo unos minutos, y el malicioso rostro del remordimiento estremeció su estómago. Se incorporó en el acto y extravió sus pasos, hasta confundirse nuevamente con la mezcla de voces en la calle. Se entretuvo un rato contemplando a las personas y vehículos que pasaban. Y experimentó la absurda sensación de que el cielo estaba como a punto de romperse. Pensó que no valía la pena hacer lo que iba a hacer, pero volvió a subir, como una autómata y continuó de largo hasta la cabina, sintiéndose observada... Un escándalo de risas y bocinas resonó allá en la calle, mientras ella dibujaba su carita de niña inocente en el rompecabezas surcado de su mente: quería creer que dejaba tras de sí el miedo y la vergüenza. Dominada ya por esa contradictoria conciencia, giró en dirección a la voz susurrante que la llamaba desde el otro lado, con la puerta entornada. Y entró. El hombre de la voz susurrante se sorprendió al verla y, al cerrar la puerta, le regaló nervioso una estúpida mueca, la tomó de una mano y la invitó a sentarse, colocando el micrófono a la altura de ella. Recién entonces Rita se atrevió a recordar el rostro inverosímil, que la había perseguido esas últimas noches en sus sueños. Y aunque estaba temblando al levantar los ojos,  el hombre le sonrió con dulzura y le hizo una pregunta, una pregunta clara y sugerente, que ella esperaba ansiosa,  pero que no quiso llegar a comprender. Por toda respuesta, ella apretó los ojos, evitando llorar, procurando pensar sólo en la lluvia que por fin se había desatado.


César Augusto Álvarez Téllez

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