Durante
el interrogatorio divino, Eva, aseguró que jamás probó la fruta del árbol del
conocimiento. Por el contrario, aseguró recibir una serie de visitas de la
serpiente, a la que tildó de plasta y de gorrona, en las que trataba de
convencerla para que la robase, al tiempo que bebía y comía a costillas de
ella. Ante tanta insistencia, ella se negó rotundamente, haciendo un esfuerzo
por contener el aire ante el mal aliento de la muy condenada. Eva confesó que a
su alrededor había una infinidad de frutas más apetecibles que aquélla. Por lo
tanto, mandó al cuerno a la bicha. En su lugar, un Adán algo pelele, se encaramó en las ramas de aquél árbol
prohibido, aún a riesgo de partirse la crisma,
que ella lo vio, y se comió todas las manzanas, dejando a Dios sin su
postre diario bajo en calorías. Los problemas comenzaron con la indigestión del
pecador. Las ventosidades de éste fueron tan sonoras que se escuchaban desde
todos los ángulos del jardín del Edén, y le dio tal diarrea que casi se muere
deshidratado. Por temor al enfado divino, tanto Adán como la serpiente la
inculparon a ella de la desaparición de la fruta; La joven, hecha un basilisco,
comenzó a blasfemar y Dios, en un arrebato de poca paciencia los castigó a los
tres, pagando justa por pecadores. Eva, que se consideró la víctima peor parada
del Pecado Original, relató muy compungida a las revistas del corazón
que aquella estratagema tenía como fin expulsarla del paraíso, para que tanto
Adán como la serpiente pudiesen vivir libremente un idilio amoroso que hacía
tiempo conocía, porque las chismosas criaturas del paraíso se lo habían soplado
en numerosas ocasiones.
Elimaida Vargas Paz
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