lunes, 11 de noviembre de 2013

La otra cara del génesis

Durante el interrogatorio divino, Eva, aseguró que jamás probó la fruta del árbol del conocimiento. Por el contrario, aseguró recibir una serie de visitas de la serpiente, a la que tildó de plasta y de gorrona, en las que trataba de convencerla para que la robase, al tiempo que bebía y comía a costillas de ella. Ante tanta insistencia, ella se negó rotundamente, haciendo un esfuerzo por contener el aire ante el mal aliento de la muy condenada. Eva confesó que a su alrededor había una infinidad de frutas más apetecibles que aquélla. Por lo tanto, mandó al cuerno a la bicha. En su lugar, un Adán algo pelele,  se encaramó en las ramas de aquél árbol prohibido, aún a riesgo de partirse la crisma,  que ella lo vio, y se comió todas las manzanas, dejando a Dios sin su postre diario bajo en calorías. Los problemas comenzaron con la indigestión del pecador. Las ventosidades de éste fueron tan sonoras que se escuchaban desde todos los ángulos del jardín del Edén, y le dio tal diarrea que casi se muere deshidratado. Por temor al enfado divino, tanto Adán como la serpiente la inculparon a ella de la desaparición de la fruta; La joven, hecha un basilisco, comenzó a blasfemar y Dios, en un arrebato de poca paciencia los castigó a los tres, pagando justa por pecadores. Eva, que se consideró la víctima peor parada del Pecado Original, relató muy compungida a las revistas del corazón que aquella estratagema tenía como fin expulsarla del paraíso, para que tanto Adán como la serpiente pudiesen vivir libremente un idilio amoroso que hacía tiempo conocía, porque las chismosas criaturas del paraíso se lo habían soplado en numerosas ocasiones.


Elimaida Vargas Paz

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