Don Ramón, jefe de Renta de cualquier provincia de
esta nuestra tierra patria, estaba de un humor de perros. Su jefe, el director
de Hacienda, inútil profesional, eso sí con carnet del partido reinante,
acababa de endosarle un marrón de los gordos: formar durante un mes al hijo del
señor diputado. Se hacía mayor y no estaba para tener un lío con el jefe y
buscarse un nuevo trabajo. Se tomó una pastilla anti acidez, por si las moscas,
nunca se sabe…
Decidió emparejar al hijo-de con su mejor liquidador,
Juan, al que en un aparte explicó la situación. Se apostó en su despacho, tragó
una segunda pastilla estomacal y decidió espiarles discretamente.
Estaban en plena campaña de Renta y la gente se
impacientaba, de hecho una mujer al ver que Juan y Luís a secas, atendían en
pareja tuvo la ocurrencia de exclamar:
-Pero bueno… ¿es que sois maricas?, bueno “geis” o
como se diga ahora…
Don Ramón tragó otra pastilla sólo de pensar en que
tenía todo un mes por delante. Dio la casualidad, o el destino, nunca se sabe,
que la máquina con los numeritos del
turno fuese a emparejarlos con la señora del comentario homosexual. –¡Cielos!-
pensó al par que ingería una nueva pastilla.
-Disculparme chicos, que a mí me da igual si sois
“geis” o no, que yo vengo a que me tomen las huellas genitales.
-¿Perdón?- acertó a balbucear Juan. Luís el hijo del
diputado abrió la boca de par en par. Don Ramón aprovechó para tomarse una café
de máquina, eso sí con una nueva pastilla.
-Ya sabéis, las huellas genitales… para los que no
sabemos leer ni escribir y no podemos firmar la declaración-
Juan aguantó el tipo y sacó del cajón un estuche de
tinta y un impreso. Luís se prestó a tomarle las huellas –digitales- a la doña.
-Ahora ponemos el tampón, se sella y listo- dijo
risueño Juan.
-¿Tampón?, pero joven… son ustedes unos obscenos…
Don Ramón se vio obligado a intervenir, pero por
desgracia la combinación de café y almagato sódico hicieron una extraña
combinación en su organismo y comenzó a escupir espumarajos. La Doña acertó a
soltar un sopapo a Don Ramón dejándole cinco dedos azules estampados en la
mejilla.
Afortunadamente Juan reía a carcajadas y exclamaba que era el mejor lugar donde había
hecho prácticas. Don Ramón suspiró, sólo una legislatura y se jubilaría por
fin.
Mel
Nebrea
La vida misma... Divertido relato.
ResponderEliminarMel, simpático texto, ojalá en las Delegaciones de hacienda fuera todo tan divertido.
ResponderEliminarUn beso
Gracias por avisarme Epi. Pues aunque suene a recoña, esta basado en una anécdota real, que mi madre trabajaba en hacienda, y lo de la "huella" es verídico. Ya sabes la realidad superando la ficción.
EliminarVoy a probar la técnica de esta señora, a ver si con el jaleo, se despistan y me sale a devolver!!
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