De puntillas, estirándose todo lo
que podía, el niño trataba de introducir la moneda en la máquina de refrescos. Sin
suerte, miró a su alrededor a ver si encontraba algo sobre lo que pudiera
alzarse. Nada. Hasta lo intentó saltando, pero no había manera, no llegaba.
Estaba a punto de desistir cuando le pareció oír unos pasos. En efecto, se
acercaba un señor muy elegante con traje y corbata a juego, y el niño se volvió
esperanzado. El caballero se acercó sonriente, acarició la cabeza del pequeño y
le ofreció su mano con la palma hacia arriba. El niño devolvió la sonrisa y
puso la moneda en la mano abierta. El hombre miró a un lado y a otro, se guardó
la moneda en el bolsillo y continuó su camino silbando despreocupado.
Ian
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