Perdulio Valbuena era un buen hombre. Y
también tenía fama de hombre sensato. Un poco inocente, quizás, pero nadie en
el pueblo podía poner en duda su juicioso actuar ni su sentido de la proporción
de las cosas.
Por eso le resultaba tan extraño a
Jeremías, el dueño de la cantina, entender lo que estaba ocurriendo. Claro que
eso no le habría ocurrido si hubiese dedicado unos segundos a lo que
coloquialmente llamamos ponerse en el
lugar del otro. A ponerse en el lugar del bueno de Perdulio.
Jeremías había abierto su tienda como
hacía todos los días desde que su padre le había dejado al mando del negocio,
había barrido con un escobón la entrada para evitar que el polvo se colara con la
clientela y se había sentado a la entrada, a esperar. Como todos los días,
porque su trabajo era esperar. Esperar a
que sus clientes tuviesen a bien acercarse a buscar el pan, la lata de
escabeche, o unas zapatillas de esparto para el abuelo.
Hacía apenas cinco minutos que había
terminado de barrer –menos de cinco minutos de hacer el lagarto–, cuando comenzaron a llegar hasta él las voces
que venía dando Perdulio, cual poseso, a lo largo de la calle Cimera.
–¡Asesino!… ¡estadafador!…¡mal
nacido!... ¡¿cómo te atreves a vender a
nadie esos chismes del demonio?!
Con los ojos inyectados, la cara negra y
las cejas y el pelo chamuscados, el bueno de Perdulio pasó como una exhalación ante
él y desapareció, atolondrado, entre los estantes llenos de cajas de calzado y
latas de conservas, finalizando su recorrido con un estruendo de objetos
precipitados.
Entonces Jeremías recordó cómo la tarde
anterior se había presentado Perdulio en la cantina, buscando un encendedor
para la chimenea. <<De esos que son para la chimenea>>, había
insistido. ¡Qué casualidad! El viajante le acababa de dejar, como muestra, unos
nuevos que, según dijo, eran un descubrimiento, además de un éxito en medio
mundo. <<Son una revolución; hasta traen manual de instrucciones y todo>>.
Venían en un paquetón plastificado, muy bien protegido; dentro, varios objetos
y unas letras que parecían chinas y, cruzando el paquete, otras letras bien
grandes que decían:
KIT DE
ENCENDIDO.
Máximo
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