Tres minutos, andando rápido, de la linea
verde a la azul. Me posiciono bien
delante de las puertas y esquivo ágil a
los ancianos y turistas escrutando el mapa. En el pasillo color entraña un
músico regala con su flauta el fragmento que sabe tocar del Himno a la Alegría,
cuyo clímax se funde otra vez con su comienzo, y otra vez, y tal vez me llegará
dos veces más antes de alcanzar la escalera.
Beethoven me acompaña en el andén,
descontando los cuatro minutos veintisiete segundos marcados por el panel
informativo. Freude schöner Götterfunken. Dum di dum. Todavía hay tiempo – si no se retrasa el
tren, si el contrareloj no me vacila llegando a veintinueve segundos para luego
añadir un minuto, o dos.
Freude
schöner gotterfunken, por dios, que venga.
Serían diez o doce minutos de Sants a Cornella y otros ocho si acorto
por detrás de los pisos de protección oficial, cruzo delante de la Policía
Local, y aún podría llegar a tiempo si hay suerte negociando la rotunda. Wir
betreten feuertrunken himmlische dein Heiligthum, y no sé yo, pero yo lo he
cantado ya tres veces y no llega el puto tren.
Tendría que haber llamado. Quedo peor
llegando tarde y sin avisar. Hay tiempo,
joder, pero ¿por qué no podría haber salido antes? ¿Por qué me tuve que quedar hasta el último
minuto haciendo este puto trabajo del que quiero escapar? Freude,
freude, será que en el fondo me quiero quedar en donde estoy achantando el
culo y quejándome de tener que hacer el trabajo que me corresponde, como hacen
los demás. Deine Zauber binden wieder. Was die Mode streng geheilt. Será que a este reloj le pasa algo.
¡Y la gente esperando tan tranquilamente!
Por eso estamos como estamos en este país, y por eso tenemos los servicios que
tenemos. A los que queremos cambiar algo
siempre nos fastidian, nos agobian y al final nos agotan para que ellos se
queden tan contentos en sus burbujas de rutina mediocridad. Me cago en el metro
y en la alegría. Alle Menschen weren Brüder, wo dein sanfter Flügel weilt.
Simon Leonard
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