La gente se
sienta en los bancos pero también los abuchea. No deja de ser curioso, nos dan
descanso y a la vez nos ayudan a liberar tensiones con gritos, patadas,
insultos, lanzamientos hortofrutícolas, etc…
Me gustaría
tener un banco para ser banquero. Ganar dinero es mi pasión. Quiero llevarme el
banco a ver un partido de fútbol, pasearlo por la ciudad, que disfrute de las
maravillas de la vida. Me lo voy a llevar a Mónaco o a las Islas Caimán porque
seguro que allí se tiene que ser inmensamente
más feliz.
La gente
reacciona de diferentes maneras desde que soy banquero. Algunos me sonríen
levemente desde la distancia, otros murmuran y saludan
con desdén, pero la gran mayoría me hace un ostentoso corte de manga, supongo
que por la gran afición, que hay en estos tiempos, a los cómics japoneses.
Mi banco y yo
somos muy felices juntos. Por las mañanas al despertar abrimos las puertas a
todo aquel que en nosotros confíe y sin mediar palabra, embelesados, con los
brazos abiertos, recibimos todo su amor.
Soy banquero
de profesión. Quiero dar y recibir, soy versátil, aunque prefiero recibir. Puede
parecer egoísmo, pero no lo es, simplemente no tengo nada para dar. En cambio
puedo recibir todo lo que me quieras dar, porque yo siempre tengo la mano
tendida, con pinzas, para que no se la lleve el viento.
Desde que soy
banquero disfruto tanto de la vida que ya no recuerdo las penalidades que
llegué a pasar cuando era una persona anónima, sólo un trabajador, cuando pasé
a ser un parado, un poco más tarde un desahuciado y ahora un sin techo. Un
banco me lo quitó todo, pero ahora tengo un nuevo banco, del que soy dueño,
aunque sólo sea por las noches.
Abeja negra
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