miércoles, 26 de marzo de 2014

El banquero

La gente se sienta en los bancos pero también los abuchea. No deja de ser curioso, nos dan descanso y a la vez nos ayudan a liberar tensiones con gritos, patadas, insultos, lanzamientos hortofrutícolas, etc…
Me gustaría tener un banco para ser banquero. Ganar dinero es mi pasión. Quiero llevarme el banco a ver un partido de fútbol, pasearlo por la ciudad, que disfrute de las maravillas de la vida. Me lo voy a llevar a Mónaco o a las Islas Caimán porque seguro que allí se tiene que ser  inmensamente más feliz.
La gente reacciona de diferentes maneras desde que soy banquero. Algunos me sonríen levemente desde la distancia, otros murmuran y saludan con desdén, pero la gran mayoría me hace un ostentoso corte de manga, supongo que por la gran afición, que hay en estos tiempos, a los cómics japoneses.
Mi banco y yo somos muy felices juntos. Por las mañanas al despertar abrimos las puertas a todo aquel que en nosotros confíe y sin mediar palabra, embelesados, con los brazos abiertos, recibimos todo su amor.
Soy banquero de profesión. Quiero dar y recibir, soy versátil, aunque prefiero recibir. Puede parecer egoísmo, pero no lo es, simplemente no tengo nada para dar. En cambio puedo recibir todo lo que me quieras dar, porque yo siempre tengo la mano tendida, con pinzas, para que no se la lleve el viento.
Desde que soy banquero disfruto tanto de la vida que ya no recuerdo las penalidades que llegué a pasar cuando era una persona anónima, sólo un trabajador, cuando pasé a ser un parado, un poco más tarde un desahuciado y ahora un sin techo. Un banco me lo quitó todo, pero ahora tengo un nuevo banco, del que soy dueño, aunque sólo sea por las noches.


Abeja negra

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