Terminaron la guardia nocturna y ya su
esposo manejaba directo a la casa. La mano de él en su espalda la convenció de
que Marcos también ansiaba llegar.
Él acariciaba suavemente sus muslos,
incluso hurgaba más profundo, y así hasta llegar a la casa, despojarse ambos de
todo y complacerse sin descanso.
Caminando hacia el cuarto, se besaban, ¡deleitándose
con el apasionado contacto de labios! A veces le rozaba el rostro con una flor,
o comenzaba mordisqueándola encima del ombligo sabiendo que ella no podría
soportar la risa; siempre ocurría un sobresalto de amor que culminaba con una
fogosa entrega de espíritu.
Se desvestía ella para entregarse completa
a su hombre, que anhelante esperaba en la cama. Ambos cuerpos se fundían
ardiendo; los senos de Mirna, pequeños pero firmes, se apretaban contra el
pecho de su hombre, conectando sangre entre dos corazones que latían muy fuerte;
ambos cuerpos eran recorridos por lenguas prolongadas que alcanzaban límites
infinitos en cada anatomía. En algún momento se estrujaban lenguas y labios, y
después estas continuaban viaje. Actuaban totalmente desesperados por llegar al
clímax; a la penetración y al recibimiento; aunque también con sosiego, en
busca de un completo disfrute, preparaban poco a poco el irrepetible momento.
Se entregaban amor a diario, deleitaba la
pasión cada día, pero siempre de manera diferente; canonizando el sentimiento.
¡La luz roja en el semáforo!
Algún diabólico evento intervino. Mirna
recordaba el impacto contra el poste; y muy turbiamente cuando retiraban de su
muslo la mano ensangrentada de Marcos.
Con señas preguntó por él después de
operada, pero nadie se atrevía a contestarle.
El Piro
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