El detective detuvo su marcha por los
corredores del subterráneo. Aún jadeando por el esfuerzo, miró por última vez
en derredor buscando al terrible asesino que acababa de desenmascarar y que
entonces emprendía una huida desesperada. Restregó sus lentes contra su camisa
sudada y se los volvió a colocar, no sin antes echar en falta un pañito decente
para limpiarlos.
− Diantres− maldijo. Juro por mi madre que
no volveré a tocar ni a Conan Doyle, ni a Borges, ni mucho menos a Bolaño. No
volveré a leer esos estúpidos libros de policía.
El detective escupió al suelo y dio media
vuelta, mientras el asesino quedaba impune y se perdía por los infinitos
laberintos de la ciudad.
Ignacio Elizalde Johnson
No hay comentarios:
Publicar un comentario