Fue
un bebé precioso, gordito y sonrosado, no dio ni una mala noche, comenzó a
andar pronto y habló enseguidita. Su hermano quiso ahogarlo con un cojín, pero
mamá lo paró a tiempo y le dio una buena paliza.
En
el cole era el preferido de las profes, tan guapo, tan listo, tan bueno, tan
aplicado. En el recreo no paraban de darle collejas, se la merecía todas por
perfectito.
Con
quince años medía casi 1,80 y estaba buenísimo, todas las del insti andaban por
él y se ligó a Laura el pibón más pibón. Los de su pandilla se morían de
envidia y pensaban que era un cabrón con mucha suerte.
Sacó
las oposiciones a notarías a la primera con 27 años y el número Uno
de su promoción. Los colegas no lo podían ni ver.
Se
casó en la Colegiata. La novia era una abogada preciosa, de muy buena familia y
con un futuro espectacular en un bufete de prestigio. Los amigos lo envidiaban
sin tapujos.
Y
os estaréis preguntando por la flor. La flor la traía de serie. El hijoputa
había nacido con una flor en el culo.
De
todas maneras su matrimonio duró poco y la pécora de su “ex” se encargó de
deshacer el mito del supermacho. Largando ante quien quisiera oírla. Se lo
contó a sus amigas que la envidiaban tanto, a los colegas del bufete que le
tenían una tirria bárbara y hasta a la madre que lo parió (su ex suegra).
-Sí,
sí -decía muy cachas, muy guapete, muy
notario, pero la verdad es que la tiene pequeña y no se le levanta.
Desde
que pueden compadecerlo a todo el mundo le cae mucho mejor.
Crisbarco
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