Yo solía coleccionar frases. Frases absurdas que no
significan nada. Que no sirven para nada. Que no ayudan a nadie. Frases que
cortan y pinchan y se transforman y duelen y luego se olvidan de puro inanes. Frases
que oía en el metro y en la parada del autobús y en la cola del cine y en el
puesto de la carne. Frases como cuarto y mitad, dos para la sala cinco y dónde
está el baño, pásame la sal, córteme solo dos dedos, me lo envuelve para
regalo, esto no es lo que parece...
Decidí aprenderme estas frases. Aprenderlas todas de memoria
y usar únicamente estas frases para comunicarme. Cada día metía frases nuevas
en un sombrero y escogía a suertes diez o quince para utilizarlas a lo largo de
esa jornada. Si alguien me decía, por ejemplo, tengo entradas para el teatro yo
respondía: “te acompaño en el sentimiento”; si me paraban por la calle para
preguntarme la hora yo decía “hay que dejar que el viscolátex se expanda”. El
día que me atracaron me tocó decir “me gustó más el libro”. Cuando me
encerraron en una institución psiquiátrica, aun atiborrada de pastillas acerté
a decir “el mío lava más blanco” y “a eso hay que añadir el establecimiento de
llamada”. “Anda, dame, que tú no sabes” – les espeté mientras me ponían la
camisa de fuerza – “como no te calles te callo”, “por favor, ¿la plaza de Las
Descalzas?” ; se ve que se me soltó la lengua debido a los efectos del
electroshock. Una vez vinieron los de España Directo al hospital para
indigentes mentales en el que me hallaba recluida y creo que les quedó un
bonito reportaje.
Yo había adelgazado como doce kilos porque los
psicoterapeutas me acribillaban a preguntas en las sesiones de terapia y a mí
me llevaba cada vez más tiempo y energía aprenderme la enorme cantidad de
frases que necesitaba para responder a todo lo que me preguntaban, y esto
apenas me dejaba tiempo para comerme los purés. Y es que otras virtudes no
tendré, pero no me gusta ser descortés ni antipática ni tan desconsiderada como
otros pacientes que no responden o se dan la vuelta cuando les hablan; algunos
incluso llegan a agredir a los médicos en medio de una sesión.
Yo no. Yo respondo a todo. Si me preguntan que cómo me
encuentro esa mañana les respondo que siempre voy como un reloj, si se
sorprenden porque no tengo familiares o amigos que puedan venir a visitarme les
digo que los niños son como los borrachos, que siempre dicen la verdad; cuando
me preguntaron qué pretendía robando un cuchillo de la cocina y escondiéndolo
debajo de la almohada yo les dije amablemente que mi gato sabe latín.
Me gustaría seguir escribiendo pero hace ya días que los
terapeutas decidieron quitarme las hojas, el bolígrafo y el sombrero; hace ya
días que nadie se molesta en escuchar mis sentencias.
Hoy se intuye un precioso día soleado a través de los
cristales oscuros del furgón, y cuando pregunto que dónde me llevan el
conductor de la ambulancia me responde sonriendo que hay que añadirle una
aspirina al agua de las rosas.
Luciana Pereyra Agoff
Me gustan la idea y el inicio.
ResponderEliminar"y viceversa..."
ResponderEliminarLuciana, una propuesta muy inteligente que además me ha encandilado.
ResponderEliminar"Quedo a sus pies"
Me encanta este cuento. Discreto a la par que elegante.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros comentarios; es muy enriquecedor recibir feedback de gente que no conocemos personalmente.
ResponderEliminar¡¡¡Besos!!!