Primer Premio del II concurso de relatos hiperbreves ma non troppo 'La siguiente la pago yo'
No se dio cuenta de que lo estaban
siguiendo hasta que fue demasiado tarde. Lo encontraron en su casa, sentado en
la butaca verde musgo del salón, todavía con un libro en la mano y un vaso de
leche a medio terminar sobre la mesita de té. Hubiera sido mucho menos digno si
lo llegamos a encontrar en el baño, pensó el inspector. Le incomodaban los
muertos en situaciones cotidianas, le daban pudor, como si se estuviera
metiendo donde no le llamaban. Afortunadamente no compartió aquel pensamiento
con la viuda. Hubiera resultado de muy mal gusto. De todas maneras nada parecía
indicar que se tratara de un asesinato así que no tendría que hablar con ella y
podría irse a almorzar. Tampoco le gustaba hablar con los familiares de los
muertos. Las lágrimas le ponían nervioso.
“Lo estaban siguiendo”, dijo de repente la viuda. Mierda, pensó
el inspector, y se guardó el bocadillo de chorizo en el bolsillo. “Lo que
pasa es esta vez se despistó y ya no tuvo tiempo de esconderse”. La ceja
del inspector se levantó sin que él pudiera impedirlo. Odiaba las historias
complicadas, le daban dolor de cabeza. “¿Quiere decir que no era la primera
vez que le seguían?” preguntó muy a su pesar. “No, claro que no, esta
era la quinta vez que nos mudábamos y se cambiaba el nombre”. La señora se
sentó en una silla de madera, el inspector se apoyó contra el marco de la
puerta y se cruzó de brazos para esperar un relato que le iba a complicar la
existencia. Al parecer todo había comenzado hacía seis años, cuando vivían en
Misisipi, allí se había dado cuenta el muerto, que por aquel entonces no era
tal muerto, sino un señor que trabajaba vendiendo aspiradoras, de que le
andaban siguiendo. Cuando se dio cuenta salieron corriendo sin ni siquiera
despedirse de los amigos y dejando en el garaje todo un stock de aspiradoras.
La segunda vez fue a los pocos meses en Illinois, después en Kuala Lumpur,
Addis Abeba, Berlín, El Cairo, y, finalmente, Burgos. Total, que huyendo se
habían recorrido medio mundo y al parecer siempre había conseguido escapar a
tiempo, hasta ahora. “Creo que se había despistado con el tintorro del bar
del Pepe y no estuvo muy atento a las señales”, comentó la viuda. Al
inspector no le gustaba mucho el vino. Él era más de Cosmopolitan. “¿Y
cuáles eran esas señales, señora?”, preguntó a ver si conseguía entender
algo de aquella historia. “Pues depende, perros que te miran y salen
corriendo, calcetines desparejados en los cajones, pelos de la nuca que se
ponen tiesos...”. El inspector entendía menos que antes. Miró a la viuda; “pero
señora, ¿quién perseguía a su marido?”. “Pues la muerte inspector,
¿quién si no?”. Definitivamente, lo que más odiaba el inspector eran los
locos. Media hora después ya estaba en la calle comiéndose su bocadillo de
chorizo, con el muerto empaquetado y la viuda en el loquero. Iba a dar un
mordisco al bocadillo cuando pasó un perro, lo miró y salió corriendo. Los
pelos de la nuca se le pusieron de punta. Mierda, pensó el comisario. Y marcó
el número de la agencia de viajes.
Ángela Millán Fernández (Kaleidoskopia)
Ángela muy bueno el relato, enhorabuena por el premio.
ResponderEliminarUn beso
Enhorabuena y que disfrutes el premio
ResponderEliminarMe gusta mucho, felicidades por el premio
ResponderEliminarTiene todo lo que debe tener un relato ganador. Enhorabuena
ResponderEliminarMuy bueno, enhorabuena
ResponderEliminar¡Enhorabuena! y gracias por darnos de leer
ResponderEliminarBuen hilo conductor desde lo de no encontrarse el fiambre en el baño, ahí es donde pillas la atención del lector, muy hábil. Y el peliculón que sigue es de escaparate, me ha gustado mucho leerte, Ángela.
ResponderEliminarUn abrazo
Fantastico relato Angela me encanto.
ResponderEliminarLo que más me ha encantado son las pequeñas manías de todos, sobre todo el inspector, que le dotan de una cotidianeidad bastante rancia (dicho con la mejor intención posible), de alguna forma me retrata a los personajes sin siquiera describirlos, pues en sus manías uno lo asocia con alguien que ya conoce de alguna forma, en esto, y en la manera de entretejer el relato, dotando esa misma cotidianeidad de un cierto tinte sobrenatural, que como puede existir, como puede que no, pero que por si las dudas pongo a remojar las barbas, cierra con broche de oro.
ResponderEliminarBien merecido.