El bar da un asco de esos familiares. Del suelo se pega en los zapatos
todas las noches en que otros zapatos han paseado por el local los malos
tiempos de su alma. En la barra parece haber baba tibia en algún rincón. Falta
luz. Me acerco.
- Venga Moncho, ponme otra. ¡Si sabes que la ginebra
arrastra y limpia los besos que me han negado! – lo digo mientras expando mis
brazos por la madera y ladeo la cabeza.
- Tu te habrás creído que eres Bukowski y vienes aquí con
tus deudas y tu poesía de mierda a ver si me das pena. ¡Si seguro que ya no
puedes ni pagar el motel y te echaron del trabajo! ¡Pero mírate! ¡Y estás
sudando!
Pero abre la ginebra. Me sirve un culo en un vaso largo y me lo llevo
enseguida a los labios antes de que Moncho se arrepienta. Hay señoritas por el
local, seguramente meretrices venidas a menos a quien la vida abofeteó y nunca
se levantaron. O niñas rebotadas con papá que ahora menean su herencia enfundada
en tangas sedosos que me muero por morder, vete tu a saber.
Se acerca Tracy y con la izquierda le manoseo el glúteo derecho, y como se
deja. Con la mano que me sobra llamo a la chica nueva para que se una a la
fiesta. Moncho sabe que su bar es mi casa y que a él le debo las mejores
reflexiones de mi vida. Sigo sudando.
- Oye Moncho, acércame papel y lápiz que tengo ideas para
escribir. ¡No me jodas que son buenas!
La chica nueva se llama Tiffany, y junto con Tracy nos manoseamos los
pechos las tres.
Moncho mira.
Yo olvido como se hacía eso de escribir y me pierdo en camisetas ajenas.
Jana Iglesias Serratosa
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